23 ene 2012

Albert Camus, el triunfo de un mediterráneo

Albert Camus
El hecho de que el enésimo libro recién publicado sobre Albert Camus haya causado tanto revuelo en Francia revela como colea el eco de su polémica intelectual con Jean-Paul Sartre y la fascinación que sigue ejerciendo el autor de La peste, El hombre rebelde o El extranjero: seis millones de ejemplares vendidos de esta última novela al cumplirse en 1992 cincuenta años de la aparición y 200.000 lectores nuevos cada año.
El último libro de Michel Onfray se titula L’ordre libertaire (La vie philosophique d’Albert Camus). Hurga en la polémica con Sartre, cuya figura y cuyos libros no gozan hoy del mismo
favor que Camus. La posteridad ha jugado a favor del pied noir de extracción humilde que Sartre y sus discípulos de las altas escueles parisinas miraban por encima del hombro, en el mejor de los casos. “Sartre es hoy ilegible y Camus sigue siendo moderno”, escribe Franz-Olivier Giesbert en el semanario Le Point, que dedica al nuevo libro un amplio despliegue. 
Albert Camus recibió el premio Nobel en 1957, Sartre lo rechazó en 1964. No es del todo exacto que durante la guerra de
Argelia y las violentas represalias practicadas por ambos bandos Camus dijese la frase que pasaría a la historia: “Entre la justicia y mi madre, elijo a mi madre”. Él dijo: “En este momento se ponen bombas en los tranvías de Argel. Mi madre puede encontrarse en un de esos tranvías. Si esto es justicia, prefiero a mi madre”.
Su madre iletrada vivía en Argel, donde Camus se crió. Se llamaba Catalina Sintes Cardona, hija de emigrantes menorquines de Sant Lluís, nacida en Birkaden (Argelia) en 1882 y fallecida en Argel en1960, ocho meses después del accidente de coche que costó la vida a su hijo. 
En el nuevo libro sobre Camus el autor califica de obra maestra su relato corto de juventud Bodas en Tipasa (ciudad fenicia y romana en ruines de la costa argelina), como lo pensaba yo cuando traduje el siguiente fragmento: “En primavera los dioses viven en Tipasa y hablan al sol, entre el aroma de absentas, el mar acorazado de plata, el cielo azul crudo, las ruinas cubiertas de flores y la luz a borbotones sobre los montículos de piedras […] Caminamos en búsqueda del amor y el deseo. No buscamos lecciones ni la amarga filosofía que se requiere a la grandeza. Excepto el sol, los besos y los perfumes salvajes, todo lo demás nos parece fútil […] Aquí entiendo lo que denominan la gloria: es el derecho a amar sin medida. Tan solo hay un amor en este mundo. Abrazar un cuerpo de mujer también es retener contra sí mismo este extraño gozo que baja del cielo hacia el mar […] No, no era yo lo que importaba, ni el mundo, solamente el acuerdo y el silencio que entre él y yo hacía nacer el amor. Un amor que no tenía la debilidad de reclamar solo para mi, consciente y orgulloso de compartirlo con toda una raza, nacida del sol y del mar, viva y sabrosa, que extrae la grandeza de la simplicidad y, de pie en la playa, dirige una sonrisa cómplice a la sonrisa deslumbrante del cielo”. 
Michel Onfray añade ahora: “Es preciso leer La culture indigène. La nouvelle culture méditerranéenne. Est texto sirvió para una alocución, el 8 de febrero de 1937. ¿Qué decía Camus? Que la grandeza de esta cultura ya no está ya por demostrar y que debe vivificar a una Europa cansada. Camus rechaza un nacionalismo del sol como Maurras lo defiende. Quiere que lo dionisíaco argelino contradiga lo apolíneo europeo, o dicho de otra forma, que el gusto por la vida, la naturaleza, el sol, el mar, el placer de ser que caracteriza al Mediterráneo en general y a Argelia en particular prevalga sobre el gusto por la muerte, la pasión por el intelectualismo, el tropismo de la cerebralidad que complace a los europeos. Camus quiere a un Nietzsche solar contra un Hegel nocturno, sabe que Argelia es la patria de ese Nietzsche solar. Bodas en Tipasa constituye el manifiesto de ese pensamiento hedonista, solar, nietzscheano”. 
El liderazgo de los maîtres-à-penser sartrianos rodó por la pendiente, sometido al implacable paso del tiempo. El “derechista” Raymond Aron empezó a ganar puntos frente al intocable Jean-Paul Sartre, Louis Althuser enloqueció y asesinó a su mujer, se suicidaron el situacionista Guy Debord, el heterodoxo Gilles Deleuze y el filósofo André Gorz. Claude Lévi-Strauss, en la biografía aparecida en 1988, reconocía que determinadas obras de Roland Barthes no le habían gustado nada, que encontraba a Jacques Lacan incomprensible y que experimentaba a propósito de Michel Foucault “una cierta reticencia ante la opción de afirmar que lo negro es blanco y lo blanco es negro”. Extinguidos los “mandarines” de Simone de Beauvoir y los “samurais” de Julia Kristeva, llegó el momento de Bernard-Henry Lévy y los nouveaux philosophes, destinados a acompañar a la nouvelle cuisine y la nouvelle droite. Ahora reconocen de nuevo al mediterráneo Albert Camus.

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