13 mar 2013

Lo que el metro no siempre une, tantos años después

Soy usuario del metro de nacimiento, quiero decir que al venir al mundo Barcelona ya disponía de metro desde tiempo atrás. Una de las pocas cosas que no nos extrañaba a los barceloneses imberbes al llegar por primera vez a alguna gran capital extranjera --ya fuese París, Londres o luego Nueva York— era precisamente el sistema de funcionamiento del metro. El inesperado encargo editorial de escribir el libro Metros i metròpolis me llevó en 1989 a dar la vuelta al mundo en metro, junto al amigo fotógrafo Xavier Miserachs, para describir sobre el terreno los de Berlín, Budapest, El Cairo, Caracas, Lille, Londres, Madrid, México,
Moscú, Nueva York, París, Singapur, Tokio, Vancouver y Washington. La tarea me inoculó una curiosidad hacia las interioridades de este medio de transporte, que he mantenido indeclinable. También me procuró algunas fotos de Miserachs como la que ilustra este artículo. Desde entonces he leído con interés la novela que Ramon Solsona ambientó en el metro, Línia blava, editada en 2003. Marta Torres escribió en 2010 el libro Barcelona metro a metro para relatar el origen del nombre de cada estación. El metro de París fue homenajeado literariamente en la narración de Julio Cortázar “Manuscrito hallado en un bolsillo”, del libro de 1974 Octaedro. El antropólogo francés Marc Augé publicó en 1986 el estudio El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro, y veinte años más tarde El metro revisitado. El 150 aniversario del Tube londinense acaba de ser objeto de numerosos reportajes, que he devorado sin excepción. Cuando ahora viajo al extranjero me parece que la modernidad de una ciudad depende de si está unida a su aeropuerto con metro. Barcelona aun no lo ha logrado, tantos años después. Madrid sí, naturalmente.

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