17 abr 2013

Las mejores misas, en la cartelera de espectáculos

Llevo años pidiendo en mis artículos que las mejores misas cantadas de cada ciudad aparezcan en la cartelera de espectáculos de los diarios. No solo para informar a los seguidores interesados por motivos religiosos sino también, como en mi caso, a los no creyentes que aman la buena música sacra. Mi deseo se ha visto parcialmente satisfecho con la iniciativa privada de la Asociación de Amigos de las Misas Polifónicas. Han programado un ciclo de cinco de esas misas en el monasterio de Pedralbes y en la iglesia de los Santos Justo y Pastor (en la foto) de Barcelona, presentadas cada vez mediante un anuncio publicitario en los diarios. El próximo domingo ofrecen una de
Palestrina y el 26 de mayo la “Missa Brevis” de J.S. Bach. Junto al nombre de los músicos y cantantes, el anuncio publicado por los organizadores especifica el de los sacerdotes celebrantes, que también llevan la voz cantante y destacan en su especialidad: Armand Puig i Tàrrech es el decano de la Facultad de Teología de Cataluña y rector de Santos Justo y Pastor; Jordi-Agustí Piqué es monje de Montserrat y decano del Pontificio Instituto Litúrgico de Roma (dependiente de la abadía romana de San Anselmo, la casa madre de los benedictinos); y finalmente el sacerdote y juez eclesiástico Santiago Bueno.
Algunos de los mejores conciertos a los que he asistido en mi vida han sido determinadas misas cantadas a las que tuve la curiosidad de asistir, por ejemplo en San Anselmo. Mantengo la costumbre, los domingos en que me encuentro en Roma, de subir caminando a primera hora hasta el Aventino --una de las siete colinas fundacionales-- para asistir a la misa mañanera cantada por los monjes benedictinos de San Anselmo. Últimamente un fraile invita a los escasos asistentes a situarse en la nave del coro, junto a la comunidad, gentileza que contraría mi deseo de discreción y distancia. 
En alguna otra ocasión mis indagaciones sobre la reliquia de la cabeza de San Jorge en la basílica veneciana de San Giorgio Maggiore, la joya del arquitecto Andrea Palladio, me llevaron a ser invitado el domingo a la misa conventual de la comunidad en la capilla del Cónclave. La asistencia se reducía a los escasos monjes y sus invitados aun más contados, seguramente benefactores o amigos a los que deseaban gratificar con aquella invitación a compartir un rito privado. Fue una de les misas cantadas más inolvidables no por la ampulosidad sino todo lo contrario, por el pontifical de reducidas dimensiones, con una excelsa música como solo parece audible ya en la ciudad de Monteverdi y de Vivaldi. Los cantos litúrgicos eran de un desafinado discreto y adaptado a mi capacidad de mimetismo. El incienso manaba con mesura, los monaguillos desplegaban un trabajo de artesanía y los celebrantes oficiaban con una solemnidad cercana. Las mejores misas cantadas son una fabulosa experiencia no solo ni necesariamente religiosa.

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