10 sept 2013

Defensa sentimental de los pubs ingleses, ahora que había aprendido

La última edición de la Good Pub Guide establece que en el Reino Unido operan 49.500 pubs, que cierran 1.400 cada año y que durante el próximo trienio desaparecerán 4.000 por falta de adaptación al mercado. En vez de alarmarse por ello, lo celebra. Insinúa que esta institución debe ponerse al día o morir. El argumento me causa una cierta desazón, porque solo recorta por abajo. El popular bar de la esquina en las ciudades y pueblos ingleses constituye una tradición que yo creía solidísima y a la que siempre he rendido firme devoción, aunque con grandes dificultades iniciales. Lo primero que intenté cumplir al llegar de visita debutante a Londres en 1969 fue tomar una cerveza bitter o ale en un pub, la segunda visitar la tumba de Marx en el cementerio del barrio de Highgate y la tercera, si se terciaba en algún momento, asomarme a los grandes almacenes Harrods. La más complicada de todas resultó la primera. Me llevó a entender, sorprendido y desarbolado, la diferencia cultural que nos separaba. La libra esterlina aun tenía 20 chelines y 240 peniques, no los prosaicos 100 peniques impuestos por la decimalización dos años más tarde. Las cosas se medían o se pesaban a la
manera imperial en yardas, pies, pintas, onzas y galones, dado que el sistema métrico decimal no se adoptó hasta 1995.
El autobús al cementerio de Highgate funcionaba con una flema sin misterio y a Harrods conducía casi espontáneamente la corriente, sin embargo entrar en un pub representaba entonces una aventura indescifrable para forasteros. Cuando el establecimiento era de alcohol “licensed” no era la hora, y viceversa. Sin la ayuda samaritana de un residente no lo habría logrado. Él consiguió con una fabulosa comodidad que nos sirvieran la cerveza que hasta aquel instante me había resultado inaccesible pese a mis reiterados intentos. La regulación alcohólica y los extrañísimos horarios legales de los pubs, el toque de queda impuesto por las autoridades desde la primera mundial de 1914, se mantuvieron hasta 2005. 
Ahora llevo tiempo sin acudir a Highgate, me gustan más los almacenes Selfridges y los pubs que no han echado el cierre se han acostumbrado a las extravagancias de los forasteros o reconvertido en franquicias multinacionales. A pesar de todo, no dejo de ir al Hog in the Pound a comer el pastel de carne, como una tradición personal iniciada aquella primera ocasión (el fish and chips me refracta un poquito más). La última vez lo encontré cerrado y saqué la foto que acompaña este artículo. Necesitaré de nuevo la ayuda de un samaritano local para moverme en los pubs de hoy.

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