9 sept 2013

El 800 aniversario del coito que nos hizo perder la batalla de Muret

Este 12 de septiembre se conmemora el 800 aniversario de la batalla de Muret, es decir de uno de los dos coitos del rei Pedro I de Aragón que marcarían la historia del sur europeo, el fin de la proyección catalano-aragonesa hacia Occitania y la integración de ese territorio en la corona francesa. La historia clásica ha desdibujado por puritanismo el papel de ambos coitos. Empiezo por el segundo, que ahora se conmemora. Desde 1212 las huestes del rey de Francia Felipe Augusto invadían el territorio occitano del conde de Toulouse y del rey de Aragón, que escapaba a la jurisdicción de la corona del norte gracias a un nivel de vida más avanzado y tolerante. La excusa de la cruzada contra los albigenses
o cátaros, los cristianos occitanos que a su vez escapaban a la jurisdicción del Papado, fue utilizada para llevar a cabo la guerra de dominio territorial. El rey Pedro I de Cataluña-Aragón, casado con la reina María de Montpellier, se lo miró de lejos los primeros tiempos, hasta darse cuenta que la ofensiva franco-papal amenazaba de veras sus intereses en territorio occitano. En lugar de urdir una preparada campaña militar, quiso despacharlo con una batalla definitiva en Muret, cerca de Toulouse, la localidad que lo recuerda con un triste monolito absorbido por una rotonda de circulación.
Pedro I perdió la partida, la vida y la relación secular catalano-occitana por estrategia deficiente, por falta de información sólida sobre los efectivos del adversario y por el sueño muy escaso durante la noche anterior a la batalla, invertida en la tienda real en uno de sus dos coitos históricos. No fue la mejor preparación ni el mejor planteamiento táctico. 
Quedó documentado que pasó la noche de vigilia con una noble dama tolosana y que, a la mañana del 12 de septiembre de 1213, tras apenas quince días de asedio ante el castillo de Muret defendido por los soldados franceses de Simón de Monfort, provocó el enfrentamiento a campo abierto. La primera carga de caballería dejó resuelta la cuestión con inusitada rapidez. Acababa de hundirse la relación catalano-occitana frente a la penetración feudalista de los señores del norte. Francia duplicó su territorio, con la incorporación gradual del Mediodía occitano.
El hijo de Pedro I, el montpellieriense de nacimiento Jaime I el Conquistador, podía conquistar todo lo que quisiera hacia el sur a los moros de Valencia y Mallorca, sus gestas no cambiarían en nada el veredicto de Muret. Occitania quedó condenada a la subalternidad y a Cataluña-Aragón le llegaría la misma hora. 
La propia existencia de Jaime I era fruto del otro coito histórico de Pedro I, casado con la reina María de Montpellier dentro de la política habitual de alianzas o “fusión empresarial”, aunque la desavenencia conyugal inmediata determinaría la historia. A sus dieciocho años, María de Montpellier se casaba ya por tercera vez. Del vizconde de Marsella había enviudado y el Papa anuló el segundo matrimonio con el vizconde de Commenge por consanguinidad o porque le convenía a la dama para contraer terceras núpcias más ventajosas con un rey, quien no le hizo el menor caso desde el primer día. Al contrario, el monarca pidió la anulación inútilmente en 1206 y por segunda vez en 1213, el mismo año de su muerte. En su deseo de cumplir la misión primordial de darle descendencia, la reina María urdió la truculenta “noche de Miravall”, durante la que fue engendrado casi per error el glorioso Buen Rey Jaime. 
La esposa largamente repudiada pidió a los cortesanos adictos que la ayudasen a dar un heredero al rey y alcanzar la armonía conyugal. La estratagema consistió en colocar subrepticiamente a la reina en la cama de su marido, asegurando a Pedro I que se trataba de una de sus amantes y sugiriéndole por un conjunto de razones que mantuviese el dormitorio a oscuras. Ignoro si el rey no distinguía un cuerpo de otro o si siempre despachaba las cosas sin fijarse, pero el hecho es que aquella noche en Miravall, cerca de Montpellier, fue concebido Jaime I, como quedaría relatado en su propia crónica y en la de Bernat Desclot. El primer coito historiado de Pedro I resolvió las cosas relativamente. El segundo acabó de estropearlas.

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