24 dic 2014

El habano de estas fiestas quizá sea de los últimos

Un reducto de amantes fieles aun celebramos las grandes ocasiones –también las pequeñas grandes ocasiones— encendiendo un cigarro habano, pero el de estas fiestas tal vez sea de los últimos. Una de las consecuencias del reciente acuerdo diplomático entre Cuba y Estados Unidos será abrir el mercado norteamericano a los mejores puros del mundo, los habanos, que se encarecerán más aun en los estancos de aquí. Cuba ya no es el primer productor mundial de cigarros premium elaborados a mano (superada por la República Dominicana), sin embargo solo los de Cuba pueden llamarse habanos y siguen siendo los mejores sin discusión. Barcelona ha sido desde siempre la primera ciudad del mundo en volumen de habanos
fumados. Aquí los puros formaban parte de una tradición social mesocrática hasta que el gobierno castrista, huérfano de la ayuda soviética masiva, lanzó en 1993 la política de “captación de dólares” con una paradójica doctrina comercial de lujo para sus exportaciones de cigarros. Consiste en producir menos y vender a precios mucho más elevados, dentro de una estrategia perfectamente antidemocrática.
"Nuestra política es buscar más dinero para el país. Si podemos sacarlo a los capitalistas, mejor", tuve que escuchar en mi cara un viejo defensor como yo de la popularidad del habano por parte de un director comercial de Habanos SA. En lugar de contestar lo que estaba pensando, le pedí en una especie de última voluntad que me permitiese acceder a una caja de habanos de la marca Gispert, ilocalizables en el extranjero. Sorprendido al verme sabedor que aun producían una antigua marca de prestigio condenada a la agonía y sustituida por otras mucho más snobs, hizo el esfuerzo de sacar una caja del rincón del fondo y obsequiármela, por obstinado o por informado. 
Los Gispert seguían siendo de primera calidad y los fumé con el deleite de haber ganado una escaramuza contra la soberbia burocrática. Sus codiciados capitalistas fuman --o queman-- habanos de nuevo rico que les hacen a medida, mientras que los amantes de toda la vida tenemos otro paladar, otra memoria y otra tradición, tan larga o más que la de los cubanos. 
El primer almacén de hoja de tabaco en La Habana para la manufacturación de puros en serie lo abrió en 1840 (en la Plaza del Cristo) Joan Conill Pi, quien traspasó más tarde el negocio a Jaume Partagás Rabell, nacido a Arenys de Mar en 1816 y fundador en 1845 de la factoría habanera de la célebre marca que lleva su nombre, todavía hoy en los primeros puestos mundiales (la fábrica histórica de los Partagás en la calle Industria de La Habana está cerrada desde 2011 por una restauración que ni siquiera ha comenzado y ahora los elaboran en la factoría de la marca Rey del Mundo). 
El hijo Josep Partagás Puig traspasó el negocio al asturiano José Antonio Bances, quien en 1900 lo revendió a los también asturianos Ramón Cifuentes Llano y José Fernández. En aquel momento la factoría producía de 18 a 20 millones de cigarros al año de las vitolas Partagás, Ramón Allones, Prudencio Rabell, Caruncho, Cifuentes, Gayarre, La Flor de J.A. Bances, Nada Más y otras. El nieto Ramon Cifuentes se exilió a raíz de la revolución castrista y se asoció con la empresa norteamericana General Cigar para seguir produciendo con el nombre Partagás en una fàbrica de la República Dominicana, en Santiago de los Caballeros. Los Partagás de siempre, los habanos, mantienen un protagonismo consolidado con mérito admirable, pero los exportan a precios prohibitivos para “sacar dinero a los capitalistas”.
Yo compro todavía en mi estanco de cabecera por 5 euros la vitola barata de la marca, aunque echo mucho de menos fumar las demás de mayor calidad, reservadas “a los capitalistas”. A partir de ahora más aun.

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