3 feb 2015

Elegía del vino rancio, el viejo y el nuevo, que se expresa en versos octosílabos

El vino rancio lleva un nombre que pareció rancio y cayó en desuso en los circuitos mayoritarios. Ahora regresa por la puerta grande y para mi es motivo de fiesta. Los vinos dulces naturales y los rancios secos derivan de una alquimia propia de la uva sobremadurada. Algunos se dejan envejecer en garrafa de vidrio a sol y serena o en barricas de roble que duermen a la intemperie para que se oxiden con la evaporación del verano, para que se impregnen del carácter de las bonanzas y el músculo de los temporales. Otros lo hacen en algún tonel arrinconado bajo la escalera de la bodega o a resguardo de un
tejado exterior, en la trastienda de las corrientes dominantes. Se añadía cada año una parte de vino joven para que se entreverase con la madre del vino de tiempo atrás, dentro de una continuidad edípica perpetua, un envejecimiento calculado en lo posible, una educación mutua, lenta y renovada que cree en la capacidad de regeneración del recuerdo.
El licoroso rancio seco de 16 o 17 grados, de un tono rubí profundo, de una densidad da ámbar prodigiosamente melosa, de una elegancia sedosa y fragante, de un lirismo chispeante y de irisaciones sutiles como una caricia, alterna la ternura con el arrebato. Se convierte a veces en una sonrisa de la tierra con matices de auténtica grandeza, una articulación expresiva de fraseo preciso y relieve temático en la que habita una cierta forma de esplendor, de fulgor, de gloria de la musiquita de la vida capaz de corregir la realidad y mejorarla.
Es un vino que respira hondo en versos octosílabos, en el que la belleza y la verdad coinciden por una vez como una forma de cortesía básica y primigenia y no por ello esquemática ni fingida, como una historia de calidez humana, de amor y familia.  Era el vino prometeico de las fiestas, de las ocasiones de excepción, un vino de capricho, fantasía y emoción viva, también un vino meditativo para palparse las neuronas o de honda siesta digestiva, un vino en que subyace una cuestión moral, no un sumiso becario ni una naturaleza muerta. Acompañaba a los hojaldres con cabello de ángel, a los buñuelos, los carquiñolis, el “relleno” de manzanas con carne picada, la fruta seca, las cocas, las buñetas... 
También era un vino de nervio para cocinar carne estofada y asados de gravedad wagneriana (hoy “maridan” con anchoas o quesos azules en un idilio perfecto por sorpresa). La producción escaseaba, víctima de su propio misterio. No solía ser muy comercial, entre otros motivos por la evaporación de hasta un 40% del contenido de la barrica, la llamada “parte de los ángeles”, que provoca el procedimiento. Era un ejercicio de libertad creadora vinícola capaz de inventar una realidad superior e intentar asir el rayo de la viña y los dioses paganos con una mano. 
En 2004 surgió la quijotesca asociación Rancios Secos del Rosellón, una veintena de productores decididos a salvar la existencia e impulsar el renacimiento de este vino identitario de una tierra, de una cultura del vino. Hoy reúne a joyas de la corona como el rancio Frères Parcé del Domaine de la Rectoría en Banyuls o el Cap de Creus del Domaine de la Tour Vieille en Collioure, entre otros. El último aquelarre de los 21 productores de la asociación se celebró el pasado junio en las amplias instalaciones de la galería de arte A Cent Metres del Centre del Món, situada a 100 m de la estación ferroviaria de Perpiñán. Al encuentro le dieron el nombre de batalla promocional catalano-fashion de Be Ranci
También se ha recuperado de este lado de la frontera artificial, por ejemplo el magnífico rancio Sereno Solera de la bodega La Vinyeta fundada en 2006, con garnacha tinta de dos parcelas de Mollet de Peralada y del camino de Espolla al cuello de Banyuls, que más que un camino es la escalera de Jacob del paraíso secreto interfronterizo. 
El Priorato se ha apuntado igualmente, aunque todo lo relacionado con el vino del Priorato es hoy un poco hollywoodiense. El rancio Arrels del Priorat Ca les Viudes recibió en 2014 la máxima puntuación de 100 en la guía mundial del gurú norteamericano Robert Parker, tal vez porque solo se producen 40 botellas de medio litro por añada a un precio de 600 euros la unidad. Antes del galardón se vendían por 185 euros.

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