26 feb 2015

Reivindicación encongida y difusa de los populares caliqueños

En Cataluña siempre hubo cultivo de tabaco en pequeñas proporciones y elaboración de cigarros o puros artesanales, en particular los populares caliqueños. Una parte del cultivo y elaboración se realizaba al margen de la ley y de los canales comerciales establecidos. No por ello se puede confinar a la época del estraperlo ni ssociarlo exclusivamente al franquismo. El libro de Francesc Canosa recién publicado bajo el título Fumar-se el franquisme. La Catalunya del caliquenyo (Ara Llibres) ofrece un tema y una portada atractivos, pero resulta poco descriptivo, se enrosca en un estilo literario difuso y se limita a un período determinado y un espacio geográfico, el triángulo leridano de Fondarella, Torregrossa y Juneda (“el clúster del caliqueño”, “la Cuba catalana”), pese a que caliqueños se elaboraban y elaboran también en otros puntos y otros momentos (el mes de enero del
presente año la Guardia Civil aun decomisó 15.000 caliqueños clandestinos en un bar de la localidad valenciana Moixent).
En mi libro de 1998 Cigars, la cultura del fum (Ed. La Magrana) dediqué un capítulo a “Los bastardos: farias, palmeros, caliqueños y toscanos”. Expliqué que la legislación española permite a los particulares el cultivo, secado y una primera manipulación del tabaco para el despalillado de las hojas, pero no que elaboren ni vendan cigarros ni cigarrillos, derecho reservado a las empresas concesionarias. Las autoridades suelen tener una actitud permisiva con la elaboración privada y local de algunos cigarros como los palmeros y los caliqueños, aunque en otros momentos apliquen la ley. 
En Italia, por el contrario, los toscani se salvaron a cambio de entrar en el proceso comercial de elaboración y distribución reglamentada por la empresa estatal. Conservan en la actualidad cinco modalidades comercializadas en los estancos: el Toscano (seis meses de envejecimiento como mínimo), el Toscano extravecchio (envejecimiento superior), el Antico Toscano (el único elaborado a mano y el más cotizado), el Garibaldi (de gusto más dulce) y los pequeños Toscanelli.
Son anatómicamente diferentes de los cigarros tradicionales, en la medida que la capa envuelve directamente a la tripa, sin capote intermedio. Capa y tripa proceden de una sola clase tabaco, el áspero Kentucky de origen norteamericano cultivado tradicionalmente en Italia. Se mantiene la costumbre de partir el toscano en dos mitades antes de encenderlo por el extremo roto, y sigue teniendo partidarios entre las actuales generaciones, reconocibles a ojos cerrados por el aroma agridulce que desprende esta singularidad italiana. 
De sus "Cartas para ir tirando" que Oriol Bohigas publicaba semanalmente en el diario Avui, en 1995 dirigió una al presidente de Tabacalera para preguntarle: "¿Por qué no se venden normalmente algunos cigarros españoles que, al parecer, se fabrican clandestinamente? Por ejemplo los caliqueños, unos ejemplares insólitos de nuestra cultura del humo. Somos muchos quienes gozamos con el humo y el tacto del caliqueño. No sé cuándo desaparecieron y por qué se vieron exiliados a una ligera clandestinidad. Me temo que es un problema de estilo. El toscano y el caliqueño tienen la extraña virtud de mostrar de un modo evidente un origen popular que ha alcanzado un cierto grado de uso sofisticado. Tabacalera prefiere ofrecer una línea popular más falsa, pero más indiscutible: las abominables farias, que cada vez se visten con más lujo, como un engaño pernicioso. Las farias son cigarros que parecen fabricados para ser fumados por los viejos y los nuevos peronistas --los de allá y los de aquí--, por los nuevos ricos de la juerga o por los herederos de la vulgaridad gestual del estraperlo. Quizás con unos cuantos toscani y caliqueños al alcance les acabaríamos de civilizar".

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