20 feb 2015

Repulsión moral y trato exquisito del ciudadano Carlos Sentís

Cuando debuté en periodismo, antes de la transición democrática, el señor Carlos Sentís ya gozaba de una consolidada mala reputación de chaquetero, que él compaginaba sin complejos con todo tipo de cargos. No me imaginaba que durante las décadas siguientes tendría que tratarle con cierta asiduidad, como presidente del Colegio de Periodistas en Barcelona o como convecino en Calella de Palafrugell. No simpaticé nunca con él, por una imposibilidad visceral. El trato exquisito, limitado a las ocasiones indispensables y alimentado por la dosis correcta de impostación, no limó mi repulsión moral hacia el personaje. Tampoco la reducción ocasional de la distancia social rebajó el distanciamiento profundo, el antagonismo de mentalidad. Carlos Sentís representaba el contrapunto de la brillante generación periodística republicana (cronológicamente hablando) de Manuel Chaves Nogales, Julio Camba, Augusto Assía, Gaziel, Josep Pla, Eugeni Xammar o Josep M. Planes, por no alargar la lista. Chaves Nogales y
Xammar se exiliaron, Josep M. Planes fue ejecutado, Gaziel vivió el exilio interior, los demás contemporizaron cada uno a su modo con el nuevo régimen, pero ninguno se zambulló en él con la vocación de Sentís.
Nacido en Barcelona en 1911, se inició en los diarios La Publicitat y L’Instant. En 1933 y 1934 fue secretario del conseller de Hacienda de la Generalitat Martí Esteve. En 1936 se pasó al bando franquista, en el que ejerció el espionaje durante la Guerra Civil, siguiendo las instrucciones de Francesc Cambó. Fue secretario del ministro sin cartera Rafael Sánchez Mazas y recorrió Europa y el mundo como enviado especial o corresponsal de los diarios de la nueva época, antes de ser nombrado agregado de prensa de la embajada española en París y posteriormente presidente-director de la Agencia Efe, el diario Tele/eXprés y Radio Barcelona. 
En las primeras elecciones democráticas fue cabeza de lista por Barcelona de la UCD, embajador extraordinario del gobierno Suárez y conseller del gobierno de la Generalitat del presidente Tarradellas. Siempre surfeó los cambios de régimen, con una rodada habilidad para formar parte del anterior y del siguiente a la vez. Durante las últimas décadas gozó del apoyo del conde de Godó, propietario del diario La Vanguardia, donde Sentís publicó con regularidad hasta muy poco antes de morir en 2011, seis meses antes de cumplir los 100 años de edad. 
Una parte de mi generación periodística le consideramos siempre el símbolo redondeado del oportunismo más turbio. Algunos colegas como Josep Martí Gómez, Josep Ramoneda o Ramon Barnils se cebaron con él a partir del momento en que fue posible sacar los trapitos al sol de su trayectoria. Ahora acaba de publicarse el nuevo libro del historiador Francesc Vilanova Fer-se franquista. Guerra Civil i postguerra del periodista Carles Sentís (1936-1946), en la editorial Lleonard Muntaner, con jugosos e irritantes detalles suplementarios. 
En una ocasión pedí audiencia a Carlos Sentís para documentar mi libro Cap Roig, el llegat d’un somni y la biografía de los propietarios de esa finca calellense, Nicolás Woevodski y Dorothy Webster, que él había tratado personalmente. Me recibió en su propiedad de Calella de Palafrugell. Instalados bajo el porche, una vez traídos los whiskies por el servicio doméstico, cerró los ojos y empezó a desgranar lentamente el monólogo de sus recuerdos, sin contestar nada de lo que le preguntaba.
Cada vez que intentaba reconducirle hacia el tema de mi visita, el escaso resultado del intento me aconsejaba no interrumpir la interpretación de su partitura para solista, mientras el efecto de los whiskies me inclinaba a dejarme mecer por la música de las palabras inasibles del hombre en su jardín. No me dijo nada de todo lo que sabía sobre el matrimonio Woevodski. 
A partir de aquel día regresé a la postura de mirar al señor Sentís de lejos, algo por otro lado inevitable en Calella de Palafrugell, donde constituía una presencia característica del horizonte marino cuando remaba cada día de verano a bordo de uno de aquellos minúsculos y frágiles gondolys que se alquilaban en la arena por horas. De pie en la popa con el remo, el bañador y una gorra por único equipaje, el señor Sentís solía realizar un largo paseo náutico desde la playa del Canadell, de donde zarpaba, hasta el extremo del cabo de Planes, costeando El Golfet y el Cap Roig, lo cual era mucho remar. Aquella imagen de Sentís formaba parte del paisaje veraniego asentado y consuetudinario. De vez en cuando escuchaba a mi lado alguna voz que murmuraba: “¡Un día este hombre va a ahogarse!”. 
Tampoco aquella imagen de Sentís, tan adherida a un paisaje muy amado, logró rebajar mi distanciamiento, aquel antagonismo de mentalidad. El nuevo libro recién publicado sobre el personaje me reafirma, por más que aquel paisaje predilecto, a la sombra de los Tres Pins de la playa del Canadell, tenga desde el mismo año de su fallecimiento un mirador con escultura dedicada a su discutida memoria.

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