28 mar 2015

En Randa de Ramón Llull hay novedad: han renovado el hotel

La montaña de Randa suma dos mitos de mucho voltaje en la cima de una asequible atalaya: es uno de los miradores más afortunados de Mallorca y Ramón Llull o Raimundo Lulio tuvo aquí el año 1274 la iluminación que le llevó a iniciar el ambicioso, autodidacta y heterodoxo sistema filosófico universal destinado a predicar el cristianismo por medio del razonamiento y encontrar la verdad interreligiosa y multicultural entre judíos, árabes y cristianos. Más que mística o sobrenatural, la iluminación que le encendió el corazón me ha parecido lógica y naturalísima al alojarme estos días en el santuario de la montaña de Randa, convertido recientemente en hotel homologado de precio alcanzable. En este lugar el sabio medieval
conocido per “Lo foll” o “El loco” mandó construir una ermita. La ermita se transformó en santuario de la Virgen de Cura, la que tenía “cura” o cuidado de los jóvenes novicios y estudiantes que residían en él para aprender los conocimientos lulianos. A partir de 1870 el edificio se vio abandonado. En 1913 fue recuperado per dos frailes de la orden de los Terciarios Regulares Franciscanos, que siguen regentándolo. Pero Llull no era un contemplativo sino todo lo contrario, un apologeta.
El santuario siempre tuvo hospedería, donde los monjes albergaban a viajeros que compartiesen más o menos su evangélico estilo de vida. En la Mallorca de hoy la pretensión resultaba ruinosa. Han acabado traspasando la gestión a una empresa hotelera que ha renovado las instalaciones y las ha puesto en el circuito convencional. Ahora se puede reservar alojamiento en el santuario de Cura de la montaña de Randa como en cualquier hotel a través de las principales webs de viajes. 
El núcleo urbano de Randa, al pie de la montaña, pertenece al término municipal de Algaida. Desde la suave cima de Randa, asomada en solitario al llano reverdecido de Mallorca, se otean 30 pueblos en todas direcciones, desde Pollença y Alcudia hasta la elipse de la bahía de Palma y la sierra de Tramontana. El horizonte circular de amplio radio ofrece un espectáculo de extraordinaria sutileza, una visión benigna y deleitosa del mundo que instruye sobre todo aquello que no se aprende en los másters, si la lucha constante entre el velo de neblinas y el tricotado de los vientos lo facilita. 
En Randa se descubre un recóndito punto de anclaje del gozo del deseo y el ansia de libertad. Toma cuerpo el parentesco del ángel de la historia. El provecho de la vida adquiere una tonalidad algo más marcada, acompañada por una música de fondo algo más afinada, pacífica y compensatoria. El canto de los pajaritos se despliega con una confianza desconocida, si no desembarca de golpe un autocar con ses al.lots i ses nines de ses escoles o bien una hueste de ciclistas alemanes sedientos, que aquí proliferan. 
De Mallorca pueden decirse cosas muy gordas y al mismo tiempo bien ciertas: que es la comunidad autónoma con más políticos condenados por corrupción, que la especulación la ha convertido en una Sicilia sin muertos (título de la última novela de Guillem Frontera), que el mejor novocentismo literario lo protagonizó la Escuela Mallorquina (Costa i Llobera, Alcover, Salvà, Riber) o que los mallorquines hablan el catalán más sedoso del mundo. 
Esas cosas quedan pequeñas en algunos momentos al borde de la mesa, ante la elevación de espíritu de un Frit amb freixura de xot (cordero), un Trempó amb sipi, un Tumbet o unas Sopas secas que depositen la infinita ternura de la huerta recién cosechada encima de la nobleza intacta del pan de ayer para esponjarlo, para enternecerlo. Tales prodigios culminantes de lo que ahora se denomina cocina de proximidad difícilmente se encuentran en ningún restaurante de la isla, a veces ni siquiera en mi viejo predilecto Molí d’En Gaspar, en Llucmajor. 
Ayer comí en el restaurante Es Recó de Randa un Frit de consolación para aferrarme a él como un clavo ardiendo. En un país de olivares tan generosos, el protagonismo del aceite en el Frit se tiene que saber gobernar, freír cada ingrediente en la cazuela por etapas y secarlo cada vez en papel absorbente para que no resulte pesado: los dados de freixura (menudillos de corazón, pulmón, hígado), los manojos de “50 sombras de grells” (cebolletas), las patatas, la guindilla y las alcachofas (o bien guisantes, habas, judías verdes), con el toque final del hinojo trinchado y la hoja de laurel para desengrasar y perfumar. Esta elemental clausula de conciencia no siempre se respeta, pero paladear ayer el Frit me hizo pensar en la iluminación terrenal de Ramón Llull. 
Se trata de la figura más europea de la cultura catalana sin discusión. Sin embargo su perfil aparece aun envuelto en una vaguedad legendaria, derivada del escaso peso de la cultura catalana en el interior y el exterior del país. Lo Foll es un semidesconocido. Su país todavía no ha sido capaz ni de editar las obras completas de todo lo que escribió en catalán, pese al goteo constante de publicaciones de detalle sobre el gran sabio medieval. 
El principal conocedor de Llull es actualmente el profesor neoyorquino Anthony Bonner (residente en Mallorca desde 1954) y su exégeta más iluminado el poeta barcelonés Enric Casasses. Los profesores Lola Badia y Albert Soler dirigen el Centro de Investigación Ramón Llull y la Base de Datos Ramón Llull en la Universidad de Barcelona, el consorcio creado por varios gobiernos autonómicos para promover los estudios catalanes en el extranjero se llama Institut Ramón Llull, el grupo Planeta otorga cada año un premio Ramón Llull de novela en catalán dotado con 60.000 euros, conozco a un excelente pianista argentino de tango cuyo nombre es Gustavo Llull, pero Ramón Llull sigue siendo un perfecto semidesconocido. 
El presente año se conmemora el séptimo centenario de la muerte del sabio que escribió en catalán (también en latín y árabe) sobre Dios y el gobierno del mundo, hasta convertirse en uno de los primeros arquitectos de la lengua catalana medieval y uno de los pensadores frecuentemente citado por los filósofos europeos. Sin embargo Ramón Llull sigue siendo una leyenda, un semidesconocido de un semipaís semiletrado. La conversión en acogedor hotel homologado de la hospedería del santuario de Cura en la montaña de Randa, donde vivió su iluminación, tal vez sea la noticia más concreta, panorámica e indiscutible del séptimo centenario luliano. Y la supervivencia milagrosa del Frit mallorquín.

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