28 feb 2016

Una visita incómoda al nuevo memorial del exilio republicano de 1939 en Rivesaltes

Ayer sábado, desoyendo la recomendación indiscriminada del director general de Protección Civil de quedarse en casa por miedo a la nieve, nos acercamos por la autopista con un grupo de amigos a visitar el nuevo memorial del exilio abierto en el campo militar francés de Rivesaltes, al norte de Perpiñán, en el llano de la Salanca que actúa de piemonte de las grises Corberas narbonesas. Hacía sin duda un día de cielo plomizo, desafiante, aunque transitable, sin un solo copo de nieve en todo este trayecto. En el campo de Rivesaltes confirmé la sensación incómoda que causa la iniciativa de abrir este centro expositivo, y no por los motivos oficiales ni las magníficas instalaciones. El gobierno francés ha tardado 75 años en dedicar un
memorial a los exiliados que recibió de modo ignominioso en 1939. Lo hace ahora en una postura en escorzo, amalgamada en una mezcla de exilios sucesivos.
El Memorial de Rivesaltes no es el de los 450.000 refugiados republicanos españoles amontonados de forma vergonzosa en enero y febrero de 1939 por el gobierno francés en las playas desnudas de Argelés, Saint-Cyprien y Le Barcarés, sin ningún tipo de instalaciones durante las primeras semanas. Se negó entonces a abrir los campos militares vacíos del sur del país, como este de Rivesaltes o los de Valbonne (departamento del Gard), Caylus (Tarn y Garona), Larzac (Dordoña) o La Courtine (Creuse), habilitados para alojar tropas. El argumento era que podían ser necesarios en caso de repentina movilización de reservistas franceses.
El ejército francés no puso a disposición de los refugiados españoles durante el primer mes del operativo ninguno de sus medios más elementales en estos casos, como tiendas de lona, literas, estufas, cocinas o letrinas de campaña. "Ni una sola manta de sus reservas", escribió el periódico Le Midi Socialiste el 15 de febrero. 
Los refugiados republicanos creían entrar en territorio amigo y se vieron tratados como ganado, pese a ser ciudadanos civiles o soldados regulares de un gobierno democrático en ejercicio, reconocido por la comunidad internacional. No recibieron en ningún momento el estatuto de refugiados políticos ni ninguna consideración amistosa por parte del gobierno francés. Fueron considerados incómodos asilados temporales, sin que aquella denominación correspondiese a ninguna figura legal. 
El objetivo era claro: empujarles a regresar, sacárselos de encima pese a saber lo que les esperaba en la España de Franco. A finales de 1939, de 300.000 a 360.000 refugiados españoles, según las distintas fuentes, ya habían abandonado el territorio francés para reincorporarse a las localidades de origen o al menos intentarlo, asumiendo los riesgos de la represión de postguerra en España. 
El campo militar de Rivesaltes, creado para entrenar a tropas coloniales francesas, tan solo destinó una parte de sus 612 hectáreas a encarcelar refugiados a partir de enero de 1941, dosd años después del éxodo, cuando ya había regresado a España la mayoría de republicanos españoles. A Rivesaltes fueron a parar 9.000 de ellos, una pequeña parte subsistente. 
A continuación sirvió para encarcelar a “extranjeros indeseables”, según la política del gobierno colaboracionista de Vichy: 7.000 judíos no franceses (de los que 2.400 fueron enviados desde aquí a campos de exterminio alemanes), 1.300 gitanos, unos centenares de presos militares alemanes a la Liberación de 1945, 500 miembros o simpatizantes del FLN argelino en el momento de la guerra de Argelia y, a partir del 1962, 20.000 harkis o argelinos que habían combatido al lado de los franceses y debieron huir. Posteriormente sirvió como centro de detención de inmigrantes fronterizos ilegales, hasta el cierre definitivo en 2007. 
El nuevo Memorial de Rivesaltes diluye en un contexto más general y prolongado la barbaridad que las autoridades francesas cometieron en las playas rosellonesas contra cerca de medio millón de refugiados republicanos españoles en enero y febrero de 1939. Rivesaltes representó una segunda etapa, igualmente odiosa, aunque de volumen y organización muy distintas. 
Ahora el Estado francés ha dedicado 23 millones de euros a construir este Memorial. Ocupa una de las siete manzanas del campo y mantiene la estructura que tenía. En el patio central se ha levantado el nuevo edificio expositivo del arquitecto Rudy Ricciotti (autor igualmente del Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo en Marsella), una construcción semienterrada para no superar la altura de los barracones originarios que la rodean.
Tiene un presupuesto de funcionamiento de 1,6 millones anuales, con actividades de investigación, divulgativas y pedagógicas. Sea dicho de paso, que la empleada que cobra los 8 € del ticket de entrada no hable catalán ni castellano constituye una falta de delicadeza. 
El día de la inauguración, el pasado octubre, el primer ministro Manuel Valls soltó la frase que ha debido esperar 75 años antes de ser pronunciada por una autoridad francesa: “Fueron humillados. Se les privó de dignidad, con un menosprecio total de humanidad. Quienes huían en búsqueda de la libertad esperaban otro tipo de recibimiento. Francia no es así, es una tierra de acogida”. 
Lo hizo algo tarde. La existencia a pocos kilómetros de distancia del Museo del Exilio de La Jonquera, abierto en 2007, y ahora el Memorial de Ribesaltes demuestra que la iniciativa y las flamantes instalaciones no son lo único importante, sino el uso social de divulgación que se haga de ellas o se deje de hacer mediante las actividades programadas o no. Al fin y al cabo, hoy en día está ocurriendo exactamente lo mismo con los centenares de miles de refugiados de las guerras de Oriente Medio que llegan a Europa. 
Tras visitar el nuevo centro del campo de Ribesaltes, para mi el memorial del éxodo español de 1939 en Francia sigue siendo, espontáneo y auténtico, la grandeza de la humilde tumba de Antonio Machado en el suelo del cementerio viejo de Collioure, sufragada por suscripción pública y siempre cubierta de flores y mensajes de calidez.

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