12 ago 2016

Relevo generacional en la terraza del Motel de Figueres, con tramuntaneta

En la terraza del Motel Empordà de Figueres, frente a los limoneros ufanos y productivos de la casa, ayer soplaba una tramuntaneta deliciosa a la hora de comer con mi hija mayor Helena y su amiga violoncelista Anna Carné, bajo la batuta sabia del chef Jaume Subirós y el servicio orquestado por la eficiente discreción de Joan Manté. Pedí de entrada a Jaume Subirós que tratase con especial afecto a nuestro relevo generacional. Y lo hizo con creces. Algunas comidas son más que una comida. Durante el almuerzo miré de reojo como reaccionaban las chicas ante las propuestas que iban apareciendo en la mesa. Compartir su alegría, prenda de futuro, fue un placer más acentuado que cualquier otro. El Motel no solamente ha impuesto desde 1961
platos de antología en la memoria de una amplia clientela e innovaciones convertidas en grandes clásicos, sino que ha sabido entrar en la leyenda sin desfallecer de nivel ni de valoración por parte de generaciones sucesivas de clientes.
Ha impuesto un estilo inquebrantable. Y debe seguir manteniéndolo unas cuantas generaciones más. La carta brinda una filosofía y una destreza elevadas, pero el Motel es más que su carta, su historia o sus instalaciones. Es una manera de hacer las cosas, una lección de vida. 
Las chicas dijeron que la próxima vez invitarán a más amigas y que Anna Carné llevará el violoncelo, para tocarlo entre ellas a la hora del café en uno de los saloncitos, sin molestar a nadie. Insinué que los platos otoñales de caza del Motel podrían valer el reencuentro, pero los jóvenes tienen preferencias muy suyas a la hora de escoger. De momento, ayer también hicimos que comprobasen que no todos los pequeños tesoros del Motel se encuentran en la carta, cuando se sabe entrar en sintonía con el alma del lugar. 
No quisieron concluir la reunión sin llevarme de paseo por el fabuloso y humilde camino de Cabanes hasta Vilabertran, otro de los pequeños tesoros en la misma longitud de onda. Probablemente el Motel no existiría como lo conocemos sin el fruto de los primorosos huertos de Vilabertran y algunos otros productos de la tierra, el mar y los bosques de la comarca, cuando se saben valorar, pasear y transmitir de generación en generación como lo hace él.

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