31 oct 2016

De pastora marroquí de cabras a ministra francesa y quizás más

Antes de llegar a Francia, Najat Vallaud-Belkacem vivía sin electricidad ni agua corriente en la aldea natal de la región marroquí del Rif, cerca de Nador, donde acompañaba a su abuelo a pastorear las cabras. Desde entonces ha realizado una carrera política meteórica como símbolo esmaltado del ascensor social republicano, el cual permite que una niña magrebí emigrada a Francia a los 5 años sea a los 39 ministra de Educación del actual gobierno socialista. Le atribuyen intenciones de presentarse a las primarias del Partido Socialista para la candidatura a la presidencia de la República en las elecciones del año próximo, si François Hollande no concurre. La lástima es que Najat Vallaud-Belkacem constituya la excepción que confirma
la regla entre la marginada población magrebí francesa.
Los extranjeros de París ya no son los potentados del mundo entero que acudían a solazarse o los artistas que respondían al reclamo de la Ciudad Luz. No son ni siquiera los turistas. Los extranjeros de París son la cantidad de inmigrantes de las vituperadas banlieues. En muchas ocasiones han nacido en ellas, son franceses de segunda o tercera generación que no han hallado en Francia la oportunidad económica y cultural de acomodarse, de diluirse.
Son franceses a medias. Han heredado la inferioridad de sus padres, dentro de la avería del ascensor social no muy distinta de las barriadas de ciudades inglesas que aparecen en las películas de Ken Loach, las periferias de aquí o los guetos norteamericanos. 
La mitad como mínimo de los jóvenes de la banlieue no disponen de trabajo. El 66 % tienen títulos inferiores al bachillerato y la tercera parte vive por debajo del umbral de pobreza, situado en 900 euros al mes. A veces son musulmanes o subsaharianos, pero atribuirlo a este origen sería muy esquemático, aunque frecuente. 
Dos semanas después del sanguinario atentado yihadista de 2015 contra el semanario Charlie Hebdo con 17 muertos y meses antes del siguiente del mismo signo contra la sala Bataclan y otros objetivos parisinos que causó 130 víctimas más, el primer ministro socialista Manuel Valls --nacido en Barcelona-- hizo unas declaraciones muy francas sobre la situación social en las banlieues: “Un apartheid territorial, social y étnico se ha impuesto en nuestro país. Estos últimos días han puesto de relieve muchos de los males que minan a nuestro país y los desafíos que debemos afrontar. A eso se le tienen que añadir todas las fracturas, las tensiones latentes desde largo tiempo atrás y de las que solo se habla de forma intermitente”. 
Algunos comentaristas lo calificaron de abuso de lenguaje. La cantidad de extranjeros en Francia es actualmente la misma que en los años 1930 y no supera el porcentaje de otros países europeos como Alemania o Suecia. Otra cosa distinta es su grado de integración, inclusive el de sus hijos nacidos y criados en Francia. 
El caso de Najat Vallaud-Belkacem es una excepción, aunque represente una excepción de mèrito. Me recuerda otro caso más cercano de infantil pastora de cabras inmigrada que posteriormente ha triunfado en Francia: la catalana Josefina Matamoros. 
Nacida a Godall (Montsià) en 1947 y emigrada a los 7 años al Rosellón con la familia, el hecho de vivir en la montaña de La Albera y ayudar a sus padres con el rebaño de ovejas no le impidió estudiar con becas de la administración francesa en la escuela primaria del Pertús, el bachillerato en Ceret, la licenciatura de Hispánicas en la Sorbona, la de Filosofía en la Facultad parisina de Vincennes y el doctorado a la Universidad de Pau. De 1978 a 1986 dirigió el innovador Centro de Documentación y Animación de la Cultura Catalana (CDACC), abierto por el ayuntamiento de Perpiñán, antes de dar el salto a la dirección del museo de Ceret, que ella transformó en un nuevo edificio, inaugurado por el presidente Mitterrand en diciembre de 1993. 
Actualmente jubilada, Matamoros conserva el cargo de directora del Museo de Arte Moderno de Collioure, que compagina con la organización de exposiciones en varios países como comisaria independiente. La familia conserva el mas Anglada de la montaña de La Albera y mantiene el rebaño de cabras y ovejas que fue su modus vivendi desde el momento e instalarse en arrendamiento, como aparceros, en 1954.
La última vez que la entrevisté, Josefina Matamoros todavía quiso que la definiese como “pastora, de bosque e hija de la République”. Algunas personas lo logran, otra cosa es la proporción que representan.

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