5 nov 2016

Singapur desea vender una idea refrigerada de modernidad

La compañía Singapore Airlines acaba de anunciar que su vuelo de Barcelona a Singapur, que cubre hace diez años con aparatos Boeing 777, será el primero en utilizar en el aeropuerto barcelonés los modernos Airbus A350. Es un reflejo de la imagen de modernidad que desea ofrecer la pequeña ciudad-estado insular surasiática, capaz de convertirse en gigante económico y territorio literario de los últimos escritores del imperio británico evaporado. La evaporación, precisamente, juega un protagonismo palpable con solo llegar a su flamante aeropuerto. La humedad absoluta, el denso bochorno tropical, libra un combate cuerpo a cuerpo con el desatado aire acondicionado que impera en todos los recintos de un país en que la franja más baja del termostato se asocia con mucha decisión
al grado de calidad de vida.
En una ocasión me enviaron a Singapur para escribir un reportaje sobre el metro más pulcro, puntual y refrigerado del mundo. Descubrí que todo el país es igual que su metro. Singapur ha devenido un invernadero ecuatorial climatizado. Los chaparrones tropicales se han convertido en una expresión de tipismo sin incidencia real en la vida cotidiana. El choque con la evaporación ambiental que se encaja a la salida del aeropuerto se olvida en pocos instantes, ante la próspera condensación urbanística del centro, dotado con todas las comodidades de un polo comercial y turístico. 
El antiguo puerto infestado de piratas sin patria ha sido transformado en una primera potencia de la región, gracias a la privilegiada situación en el estrecho de Malaca, por donde transitan las grandes rutas marítimas de Oriente. Sir Thomas Stamdford Raffles, el enviado británico de la East Indian Company, compró la isla en 1819 para convertirla en puerto estratégico. En 1867 fue declarada colonia británica y en 1965 accedió a la independencia, bajo la férula de Lee Kuan Yew, el militar autocrático que la gobernó con puño de hierro hasta 1990. 
Primero producía caucho, hoy es el primer productor mundial de semiconductores informáticos, aunque la principal actividad sea el puerto, el comercio, los bancos, las refinerías de petróleo y el turismo. La población procedente de China, India y Malasia ha encontrado aquí un nuevo cielo y una nueva tierra. Los turistas también, sin las tensiones ni los precios de otros países asiáticos vecinos. 
Rudyard Kipling, al abandonar en 1899 su amada India colonial, fue uno de los primeros propagandistas europeos del descubrimiento de Singapur, todavía bajo bandera británica. La literatura del prolífico William Somerset Maugham y las adaptaciones cinematográficas hicieron subir las apuestas a favor del exotismo de Singapur, le brindaron el reclamo de prestigio que necesitaba a ojos del imaginario occidental. 
William Somerset Maugham recorrió y describió a partir de 1920 los ambientes del decadente imperio británico en la India, el sur-este asiático y el Pacífico, donde escribió y ambientó algunas de sus obras más populares. La novela The Moon and Sixpence (La luna y seis peniques), basada en la vida del pintor francés Paul Gauguin en los Mares del Sur, la escribió en Singapur, en el legendario y renovado hotel Raffles, matriz de los grandes establecimientos coloniales aun en activo. 
La adaptación de aquella novela corta fue llevada al cine en 1942 (estrenada aquí con el título Soberbia) por el director Albert Lewin, el mismo que ocho años más tarde haría desembarcar en la playa de Tossa de Mar al "animal más bello del mundo", Ava Gardner, para protagonizar Pandora y el holandés errante, primera película en technicolor de sus ojos verdes incomparables y primera rodada en España por un director de Hollywood con actores norteamericanos. 
El tradicional barrio chino de Singapur se entrelaza hoy con el barrio hindú y el musulmán, así como los respectivos templos, restaurantes y comercios. Estos antiguos sectores urbanos parecen conservarse apenas para que los turistas saquen la foto y compren el ungüento del tigre, el pachuli o un sombrero cónico de paja. Los tipismos han sido visiblemente superados, sin verse barridos del todo, por la sombra de los arrogantes rascacielos, el trazado de numerosos espacios verdes y el flujo de las nuevas avenidas dominadas por el parpadeo electrónico. 
El turismo es una industria renovada, como todo lo demás. Junto a ilustres vestigios de la clase del hotel Raffles, Singapur goza de gigantes hoteleros con las últimas innovaciones, exuberantes paisajes asiáticos tropicales y comercios titilantes del duty-free. En 2008 se celebró el primer gran premio automovilístico de Fórmula 1 nocturno de la historia, en un circuito urbano con capacidad para 80.000 espectadores. 
Muchas líneas aéreas europeas y americanas conducen con facilidad hasta aquel emporio. La compañía de bandera Singapore Airlines ofrece varios vuelos semanales directos a partir de Barcelona (con escala técnica en Milán sin desembarcar) y ya protagonizó en 2009 el primer vuelo transcontinental de la nueva terminal barcelonesa T-1. 
El mítico hotel Raffles, inaugurado en 1866, ha sido restaurado a la sombra de los rascacielos. Suma 103 suites a lo largo de las cuatro alas del edificio, unidas por galerías internas y rodeadas de lujuriosos jardines donde puede tomarse el te entre fragancias tropicales. Su Whriter's Bar rinde tributo a los escritores que se han alojado en él o que lo han descrito de oídas. Todavía en la actualidad el establecimiento exige un mínimo código vestimentario. 
El hotel Raffles representa una visita obligada, ni que sea para dudar en sus lustrosos salones coloniales sobre la conveniencia de ingerir más de un cóctel Singapore Sling, combinado rojizo de ginebra, Cointreau, licor de cerezas, Dom Benedictine, jugo de piña y lima, jarabe de granadina y unas gotas de angostura. La potente refrigeración en todos los espacios cerrados del país ha logrado vencer al clima ecuatorial, pero no los efectos del cóctel Singapore Sling.

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