28 ago 2017

Salvemos el campanario de Collioure o, más bien, salvemos Collioure

Poner la foto del campanario de Collioure siempre estimula la mirada y propicia el culto espontáneo a la belleza. El diario perpiñanés L’Indépendant le dedicó el sábado la portada con el llamamiento: «Salvemos el campanario de Collioure». En el interior el diario tituló con espíritu republicano a toda página: «Llamamiento al pueblo para preservar la magia del campanario de Collioure». Anunció la creación de una Asociación Internacional del Campanario de Collioure para recoger aportaciones de mecenazgo, aunque la administración pública sea la responsable de planificar y realizar las obras. Calculan que se necesitarán unos 100.000 € anuales durante una década. Hace muchos años que se
habla de una suscripción popular, ahora el nuevo alcalde lanza su campaña.
El salobre corroe el campanario con los pies hincados en el mar y expuesto a todas las tramontanas, porque en realidad se trata de una torre farera de vigilancia de 30 metros de altura del puerto medieval, levantada el siglo XIII y reconvertida más tarde en campanario de la iglesia anexa, gracias a la cúpula rosada añadida en 1810 que le da el aspecto característico.
Las leyes republicanas francesas convirtieron la iglesia en propiedad municipal. Los pescadores y viticultores colliurenses no eran muy de misa y por eso aun figura en lo alto del pórtico la inscripción "Liberté, Égalité, Fraternité".
El gran castillo medieval vecino, alzado asimismo a la orilla del mar, también es un vestigio de la antigua actividad mercante de la ciudad de Perpiñán. La capital del Rosellón catalán tenia su principal puerto en Collioure. El municipio vecino de Port-Vendres se independizó de Collioure apenas en 1823, destinado a convertirse en el puerto francés más próximo a la capital colonial de Argel.
Nado siempre que puedo alrededor de la base de este campanario, paso horas contemplándolo, siento el deseo permanente de regresar bajo su radio de acción He visto y leído muchas interpretaciones pictóricas y literarias de su porte, generalmente por debajo del acierto del original. 
El escenario goza de reputación universal desde que el pintor Henri Matisse alumbró aquí el fauvismo en 1905, con cuadros que hoy cuelgan en los mejores museos del mundo se cotizan con cifras millonarias, seis años antes que Picasso y André Derain inventaran el cubismo en la vecina localidad de Ceret.
La reputación del campanario de Collioure viene de lejos. El pintor Paul Signac lo contempló en 1888 y lo recordaba en una carta a su col.lega Henri Matisse de 1905: “Ah, aquel campanario falo empinado a tope”. En una ocasión más reciente la polémica opuso el joven pintor Michel Goday al ayuntamiento de la localidad, por el erotismo que consideraban demasiado explícito de los cuadros sobre el fálico campanario que el artista ponía a la venta en verano a los pies del original. 
El libro de Marc-Andreu Figueres Teoría erótica del campanario de Collioure es un fragmento de su tesis doctoral en historia del arte. Pero las numerosas interpretaciones lo han tenido siempre difícil ante la simplicidad tan agraciada del hecho real. 
Collioure es hoy una localidad muy turística, si exceptuamos la actividad vinícola que mantiene, dentro de la valorada denominación de origen que lleva el nombre de la vecina y rival Banyuls. El pueblo cuenta más residencias secundarias que habitantes, apenas 3.000.
No sé si el campanario es lo més urgente. Poner al día la línea ferroviaria local entre Perpiñán y Figueres, como reclama el sentido común y el movimiento asociativo, evitaría el colapso automovilístico en una docena de pueblos de este litoral. 
En invierno Collioure es un destino de paseo y comida dominicales. En verano hace como los demás, con la diferencia de que este es un de los poquísimos puertos de la costa catalana que mantiene las fortificaciones medievales a la orilla del mar, restauradas a finales del siglo XVIII, en vez de las “fortificaciones” de los edificios turísticos.
En enero de 1939 Antonio Machado escogió al azar Collioure para morir tan solo veintiséis días después de su llegada al exilio. Sigue enterrado y visitado en el céntrico cementerio viejo de la localidad. 
Salvo en los momentos de saturación, cuando en otoño e invierno sopla la tramontana, Collioure brinda una quietud tibetana y permite respirar el silencio como un botín de gloria. La luz que sedujo a los pintores sigue modelada al buril por la armonía de colores puros: la oscura geología de la pizarra, el azul cobalto del mar, el brillo rojizo de las tejas, el verde temblor de las parras, el estallido de los rayos de sol con un resplandor de yema de huevo sobre la cúpula rosada del campanario o la cumbre nevada del Canigó. 
El ingrediente desaparecido es la pincelada de blanco crudo que ponía el roce de las llameantes velas latinas, enarboladas como gallardetes por el centenar de barcas de pesca que faenaban aquí menos de cien años atrás. Cuando zarpaban al atardecer, formaban una de las comitivas más elegantes de la vieja civilización mediterránea. También se ha evaporado el penetrante aroma de la salazón de anchoas que daba mordiente y malicia al aire del lugar. Hemos hecho mal saliendo de aquel espejismo.
En plena temporada masiva Collioure acoge a todo el mundo con una sonrisa de compromiso, de consigna establecida, maquinal, sin fibra interna, como de flor cortada, conciente de que no verá pasar por la esquina a la diosa Razón en camisa de dormir o en bañador.
Sin embargo cuando entra la tramontana y la insolación del verano ya no aturde, enrampa ni lamina el contorno de las formas, el viejo paisaje de Collioure, recogido y manso, presenta su línea más fina,  su color más fresco, su hora más clara. El vientre de la curva lasa, plena y dulce aun tiene fuerza en el ala para alzarse de puntillas con una melancolía de lago nórdico, tratar de tu a tu con el horizonte y levantar la falda a las vaguedades e indecisiones con la misma intensidad, el mismo músculo tenso que antes.
El campanario es la guinda culminante de un pastel más amplio. Quiero volver a nadar a su alrededor lo antes posible.

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