17 mar 2018

Ayer volvimos a recorrer con ojos fascinados el camino de ronda del Golfet

Ayer fuimos a recorrer el camino de ronda de Calella de Palafrugell al Golfet sin los incisos de la canícula, quiero decir sin la fanfarria del pastiche humano de pleno verano. Con la humildad asomada a la gloria del paisaje de marina que caracteriza a estos senderos, serpentean entre las sinuosidades de la costa y permiten vivir a pleno pulmón el sueño de la vida libre por una rato. Son las migajas caídas de la mesa del festín urbanístico, convertidas en joyas del patrimonio natural. Llevo décadas recorriéndolos con emoción creciente y ritmo de paso decreciente, sin lamentar los tiempos acelerados, en una especie de procesión personal expiatoria, gozosa y sostenida. En 2009 les dediqué en las páginas de El Periódico una serie veraniega en 14
capítulos, de Portbou hasta Lloret de Mar. Siguen siendo el mejor bulevar secreto de la costa, cada día más.
El ayuntamiento de Blanes acaba de anunciar que realizará las obras necesarias para reabrir antes del verano el tramo de 250 metros de Cala Bona en dirección a Lloret, clausurado por el mal estado del terreno. Han necesitado once años para repararlo. Sigue cerrado desde hace igualmente una década el tramo norte del mismo camino que bordea Cala Bona. 
El ayuntamiento de Palafrugell también ha dicho estos días que expropiará dos mil metros cuadrados de la finca de Cap Roig, de acuerdo con el propietario (Caixabank), para retornar al público el segmento del camino de ronda entre la Cala d’es Vedell y Cap Roig. La obra no tiene fecha de comienzo ni finalización.
La franja marítimo-terrestre que ocupan estos senderos litorales es siempre legalmente pública. Recae bajo la jurisdicción del ministerio del Medio Ambiente, quien requiere que los tramos privatizados vuelvan a la propiedad comunal antes de invertir en su rehabilitación. 
Las dos noticias recientes de recuperación de trozos de caminos de ronda son en realidad mínimos parches, gotas de agua en el océano de los obstáculos que claman al cielo a lo largo del litoral. Más que grandes noticias, son el recordatorio de las barreras subsistentes. 
El camino de ronda del Pinell a Llafranc, bajo el faro de Sant Sebastià de la Guarda, sigue desviado hacia el interior, clausurado en el acantilado por un propietario particular. El de Cala Sorellera, entre Tamariu y Aigua-Xelida, lleva años a la espera de la expropiación de una pequeña porción de la finca privada limítrofe, del mismo modo que el de Cap Sa Sal a Sa Riera --en el fabuloso mar de Begur-- o el de Port Salvi a Cala Vigatà que debe enlazar en condiciones practicables para los caminantes el litoral de Sant Feliu de Guíxols con Tossa de Mar. 
Algunos viejos conjurados y muchos amantes anónimos los recorremos con insistencia hasta donde nos dejan. Lo hacemos con un claro sentimiento del privilegio que representa formar parte por unas horas del paisaje predilecto, del mar, del camino. Ese sentimiento no es solamente una pulsión física, se trata de una inclinación del alma.

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