6 jul 2018

El templo griego pendiente en cabo Norfeu

La arqueología moderna nació a finales del siglo de las luces como ciencia marcada por el espíritu romántico que se complacía en el carácter melancólico de las ruinas. Una vez excavadas, restauradas y abiertas al público, tenían que seguir pareciendo ruinas, sin devolverlas al estado original. Pero la arqueología es una ciencia interpretativa, no solo importan las piezas halladas o no por los excavadores, sino cómo se interpreta la información disponible, cómo se contextualiza para ilustrar un período del pasado. A las ruinas, exhumadas o no, les da vida la explicación otorgada por los conocimientos y la visión actuales. El
Partenón de Atenas, sin ir más lejos, es una reconstrucción moderna. La palabra anastilosis –que en griego significa reedificación– se hizo famosa internacionalmente cuando la aplicó el arquitecto y arqueólogo griego Nikolaos Balanos, director de las primeras obras de reconstrucción del Partenón a partir de 1888. Las columnas del templo de la Acrópolis fueron remontadas, con los tambores y otros fragmentos diseminados por los alrededores, más algunos añadidos de nueva factura para completar el grado de reedificación acordado.
La célebre “anastilosis de Balanos” ha pasado a la historia como una “reinvención” de la ruina mediante piezas originales o no. El mundo de los restauradors de monumentos históricos es proclive a no ponerse de acuerdo. También dijeron que hubieran podido devolver al templo el tejado y los colores vivos del revestimiento polícromo original, en vez de dejarlo en el aspecto de ruina majestuosa 
Recientemente los arqueólogos han tomado la iniciativa en Tarragona de volver a policromar una réplica de la conocida estatua de el emperador Octavio César Augusto, quien residió en Tarraco durante dos años (el original, con el color perdido, se encuentra en los Museos Vaticanos), en contra de aquel discutible concepto de restauración imperante hasta ahora. Toda la escultura y la arquitectura grecolatina eran vivamente policromadas, coloreadas. 
Los griegos de Empúries no llegaron a la suela del zapato del despliegue cultural alcanzado por ellos mismos en Sicilia (la Magna Grecia) dos siglos antes. En Empúries no tenemos los templos dóricos del valle de Agrigento, Segesta y Selinunte. Sin embargo las fuentes históricas dicen que aquí construyeron un Afrodision o templo de Venus visible desde el mar. 
Cuando la ruta marítima habitual de los grecoromanos pasaba ante el Pirineo, los navegantes veían en la costa un Afrodision o templo de Venus. Lo atestiguan  Estrabón, Pomponio Mela, Plinio el Viejo y Claudio Ptolomeo. No concretaron el nombre del lugar. Podría ser en la colina de Sant Martí d’Empúries o en el extremo prominente del cabo de Creus, en la montaña de Sant Pere de Roda o en el cap Bear de Port-Vendres, nombre derivado de Portus Veneris. Pese a las fuentes escritas existentes, la arqueología moderna no ha localizado los restos del templo a la diosa pagana, precristiana. 
Cuado el amigo Quim Curbet y yo deambulemos por el perfil griego del cabo Norfeu, nos imaginamos el templo que los grecoromanos –y los arqueólegos– nos han dejado a deber. Lo vemos mas o menos como en el montaje fotográfico adjunto: en ruinas y con los colores restaurados. Nos parece adecuado al lugar, blanco y rojizo en la altura, velando las certezas de los dioses y las dudas de los contemporáneos, que en un lugar como este, con una copa de vino en la mano, resultan siempre más tolerables. El barrio Gótico barcelonés también fue una reconstrucción, un montaje fantasioso en el momento de la reforma urbanística moderna derivada de la apertura de la Vía Layetana, y hoy parece tan natural.
Seguro que entre la cantidad elevadísima de constructores actuales en el municipio de Roses no sería difícil encontrar alguno para levantar la réplica debida. Nos serviría, como mínimo, para saludar desde ahí «el sol leal, rey del mar y del viento» que invocaba Carles Riba cuando echaba de menos Súnion.

Esta artículo ha sido escrito conjuntamente con Quim Curbet. 

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