28 sept 2018

El peso de las condecoraciones oficiales, un ejemplo personal

Me sorprendió que en la última hornada de condecorados con la Creu de Sant Jordi que concede la Generalitat figurase un amigo poco amante de este tipo de medallas. Naturalmente, aproveché para hurgarle un poco en la contradicción. Me contestó con una sentencia exculpatoria que François Mauriac soltó en circunstancias parecidas: “La Légion d’honneur, ça ne se demande pas, ça ne se refuse pas et ça ne se porte pas”. Encontré aceptable la elegancia esquiva de la frase y dejé de aguijonearle. Tal vez porque durante la conversación recordé que yo también acepté años atrás, con sentimientos divididos, una condecoración
del gobierno. En 2013 hice donación al Servicio Histórico del cuerpo de Mossos d’Esquadra de una serie de documentos personales que me legó el coronel Frederic Escofet, de quien escribí la biografia cuando ambos residíamos en Bruselas.
Las dependencias del Servicio Histórico instalado en la Escuela de Policía de Catalunya en Mollet del Vallès y sus responsables, el subsinspector e historiador Fèlix González Fraile y el agente David Hidalgo, me dieron buena impresión. Me pareció que los documentos del comandante del cuerpo durante la República y la Guerra Civil estarían más aprovechados allí que en mi casa. 
De entrada, la donación ya resultó más pomposa de lo que hubiera deseado. Fue preciso firmar un convenio con el conseller de Interior en persona, en su despacho oficial, con fotógrafo y nota de prensa de la conselleria. A la salida del acto protocolario, fuimos a tomar un café con el subinspector González Fraile en uniforme de ceremonia (foto adjunta) y la conversación me interesó más. 
Poco después los receptores de la donación quisieron agradecerlo con una carta que me notificaba haber sido condecorado con la Medalla de Bronce al Mérito Policial “por sus aportaciones profesionales, que han supuesto un aumento de la eficacia y el prestigio de este cuerpo”. Especificaba que me sería impuesta por el president de la Generalitat durante una entrega colectiva con motivo del Día de las Esquadres.
Eso ya me resultó excesivo, decliné la asistencia. Previamente mis dos hijos reprobaron severamente aquel flirteo inmoral con las fuerzas de la represión. 
La cajita recibida por mensajero en casa contenía la medalla, de diseño muy convencional, así como una enternecedora reducción para uso diario en la solapa, en forma de pequeña barrita decorada con el distintivo azul y los colores de la bandera. El color negro del revestimiento de la cajita ha contribuido a hacer más visible la acumulación de polvo. 
En su domicilio de Bruselas el coronel Escofet tenía en una vitrina las condecoraciones recibidas y sus comentarios eran muy cáusticos cada vez que pasaba ante ella. Pero las tenía ahí. En definitiva, “La Légion d’honneur, ça ne se demande pas, ça ne se refuse pas et ça ne se porte pas”.

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