17 oct 2018

La saga intelectual francesa no sabe bajar del millar de páginas

Imaginaba que el mercado de lectores quedó saturado del tema tras la aparición en 1997 del libro-tocho del historiador Michel Vinock Le siècle des intellectuels (referido a los franceses, claro), que incluso en la edición de bolsillo seguía teniendo 900 páginas. Pues no, ahora acaba de publicarse en el país vecino el nuevo trabajo del historiador François Dosse titulado La saga des intellectuels français, en dos volúmenes de 624 y 704 páginas cada uno. Separados por tan solo veinte años, ambos títulos ofrecen una panorámica documentadísima, aunque carecen ostensiblemente de la alta virtud de la capacidad de síntesis. Es cierto que los filósofos franceses –ahora les llamaríamos intelectuales-- se convirtieron desde el siglo XVIII en un nuevo clero, encargado de renovar las células de la
sociedad y dar legitimidad ideológica al poder surgido de la Revolución.
La monarquía no les había sabido aproximar al aparato del Estado. Ellos se revolvieron en contra como divulgadores de las luces del saber, heraldos del nuevo régimen, luchadores contra la religiosidad dogmática que justificaba la esclavitud del pueblo, el origen de derecho divino de la monarquía i la instrumentalización de las creencias populares en beneficio del absolutismo. 
El siglo XVIII vivió la progresión de los conocimientos racionales y el perfeccionamiento de las técnicas, precedido desde el siglo anterior por Isaac Newton en Inglaterra, Galileo Galilei en Italia, Baruch Spinoza en los Países Bajos o René Descartes en Francia. 
Francia jugó un papel destacado en aquel nuevo Renacimiento, aunque el Siglo de las Luces no fuese solo francés. También era el de Emmanuel Kant en Alemania, el de John Locke, Thomas Hobbes, David Hume y Adam Smith en Inglaterra, el de Benjamín Franklin en Estados Unidos. Sea como sea, Francia renovó durante aquel período el prestigio entre las primeras potencias. 
Desde entonces el papel de filósofos e intelectuales en la vida pública francesa es superior al de otros países europeos, donde generalmente se halla más circunscrito a los círculos culturales. La influencia de los maître-à-penser y la anhelada irradiación de la cultura francesa languidece actualmente al mismo ritmo que el peso europeo y mundial de Francia, pero la productividad de su amplia estructura universitaria, cultural y editorial les asegura una jubilación respetuosa. 
La generación de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, Claude Levi-Strauss, Raymond Aron, Edgar Morin, Michel Foucault, Cornelius Castoriadis o Pierre Bourdieu se vio relevada por los nouveaux philosophes de Bernard-Henry Levy, André Glucksmann, Julia Kristeva, Roland Barthes, Jacques Lacan, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Gilles Lipovetsky, Jean-François Lyotard, Jean Baudrillard, Emmanuel Lévinas... 
La siguiente oleada de los Michel Onfray, Alain Finkielkraut, André Comte-Sponville, Luc Ferry, Tzvetan Todorov, Bruno Latour, Alain Badiou, Philippe Descola, Jacques Rancière, Pierre Rosanvallon o Étienne Balibar es igualmente nutrida, como lo son los estudios que pretenden retratar periódicamente el fenómeno en un millar de páginas o más cada vez.

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