12 abr 2019

En Ceret corre el agua más viva, fresca y melodiosa del mundo

Uno de los atractivos de la pequeña villa de Ceret son las acequias por las que corre a lo largo de las aceras el agua más viva, fresca y melodiosa del mundo. Los plátanos centenarios, de más de 30 metros de alto, sobrealimentados por los bajantes de agua del Pirineo, forman a ambos lados de la calle mayor un auténtica bóveda vegetal, punteada por las terrazas de los cafés. Ir de paseo a Ceret es como un rito. El mercado de los sábados facilita encuentros inesperados, tertulias espontáneas o, sencillamente, la contemplación colorida del curso humano. El calendario anual le añade algunas fechas señaladas, por ejemplo el precoz lirismo invernal
de las mimosas gracias al microclima de este valle, la fiesta de la cereza el mes de mayo o la desbarajuste de las bodegas a raíz de la jornada festiva del 14 Juillet.
Desde la época de Manolo Hugué y Pablo Picasso, la villa de Ceret (7.800 habitantes actualmente) es una pequeña celebridad mundial. En la calle mayor --el bulevard Maréchal Jofre, más conocido por La Passejada-- actúa desde 1992 el renovado Museo de Arte Moderno.
El escultor barcelonés Manolo Hugué fue el primero forastero en valorar Ceret cuando escapaba del "olor a enfermo" del vecino municipio de aguas termales d’Amélie-les-Bains. Encontró que "es un pueblo catalán con todas las ventajas de ser francés". Invitó en verano a algunos de sus amigos parisinos, entre ellos a Picasso. La tendencia quedó establecida.
Por las callejuelas de la villa vieja se accede a la recóndita plaza de la Font dels Nou Raigs, de un sereno rumor acuático. Alrededor de la base de los plátanos igualmente sobrealimentados de esta plaza han tenido la delicadeza de habilitar bancos públicos de una fabulosa y humilde utilidad. Es el lugar ideal para musitar los versos de Petrarca: “Sento in mezzo l’alma/ una dolcezza inusitata e nova” (Rime, LXXI, 77-81).

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