9 ago 2019

La aventura creciente de decirnos que llegaremos a octogenarios

Las estadísticas aseguran que muchos, cada vez más, llegaremos a octogenarios. Ahora se trata de que esto se traduzca en políticas de tercera edad en los presupuestos públicos, en lugar de ser las primeras en recortarse como ocurre hoy. Sin embargo las estadísticas y los presupuestos no lo explican todo. Otra certeza nos recuerda que envejecer no es embellecer, que conviene promover la parte excitante de la pérdida gradual de belleza oficial y poner el acento en otro tipo de belleza menos aparente aunque más consolidada, probada y útil. El craquelado de la pintura antigua puede ser más valioso que el barniz reluciente, pese a que el bombardeo mediático no lo reconozca. Maduro no significa a punto de descomponerse. No se trata de
sobrevivir apergaminados como los guerreros de terracota de la dinastía china Qin, vivir solo de oídas, tener por única ambición retirarse a jugar al golf o que nos dejen tranquilos en la casa abandonada de los niños que fuimos.
En el poema de Borges “Elogio de la sombra”, los dos primeros versos afirman: “La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha”. Quizás sea cierto, si sabemos reconocer la grandeza que corre por el paso de las horas, la sucesión de los días, la rueda de las estaciones, la procesión de los años que discurren con la cadencia de un salmo, a una velocidad similar al desplazamiento de las capas tectónicas continentales.
Algunas cándidas satisfacciones hacen más amable este pasar, incluso si son un poco por vicio, ¡qué diablo! Uno de las principales trampas es el idealismo. Muchas veces constituye una puerilidad permanente, lo contrario de la inocencia necesaria para mantenerse a favor del intento de comprensión de las cosas.
La gracia viva de una ilusión, un propósito creativo, un afán espontáneo pueden activar la pasión que compense la pendiente de siempre hacia la destrucción. Tal vez solo sea un arranque de orgullo o de ingenuidad un poco contradictoria como todo lo que vale la pena, pero indeclinable, irreductible, inconsolable. Da igual, a fin de cuentas no hay más éxito que existir y disfrutarlo.

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