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22 abr 2013

La psicóloga Isabel S. Larraburu logra mi atención plena

Soy un viejo lector de los artículos que de vez en cuando publica en la prensa la psicóloga Isabel S. Larraburu sobre su especialidad. Me he enterado con retraso de la publicación de su libro Atención plena (editorial Temas de Hoy). Lo he comprado, lo he leído, me ha descolocado y he tenido la impresión que este efecto era bueno. La autora expone de forma argumentada los beneficios del mètodo budista de meditación Vipassana, que la ciencia occidental ha bautizado como mindfullness. En la segunda parte, Isabel S. Larraburu relata con talento narrativo una serie de ejemplos prácticos derivados de su experiencia como psicóloga clínica. Más que una compilación de recetas mágicas de autoayuda expeditiva, Atención plena es un
repertorio claramente expuesto de la experiencia acumulada por la psicología actual, basada en la evidencia y en estudios empíricos de las emociones y los instintos, una experiencia desplegada a lo largo de las páginas con sustanciosa densidad. Después de leerlo he vuelto a creer que el universo de la mente puede llegar a tener un sentido, la conducta unas causas y unas consecuencias comprensibles, el mundo unos misterios desentrañables. El cerebro humano posee un cableado de combinatoria compleja y, dentro de sus infinitas posibilidades, la voluntad de entender representa una condición superior, sin la que todo lo demás es inútil.
Seguramente yo tenga tendencia a ser razonable, discursivo y estructurado. Debe ser porque la razón no me ha parecido nunca una represora de los sentimientos o las emociones, sino justamente su incentivo. La moral o la ética no me han parecido nunca un tratado de filosofía ni un listado de normas, sino la base del comportamiento más beneficioso para todos. La razón y la psicología también son una forma de pasión. Ya sé que la palabra, el esfuerzo racional y los libros no lo arreglan todo. Ya sé que la conducta humana tiene una parte irracional en la que predominan distintos gustos, volubilidades e insensateces, pero me parece que un poco de equilibrio entre ambos polos no vendría mal. 
De entrada, la mayor parte de lo que escribe Isabel S. Larraburu a lo largo del libro han contrariado frontalmente mis esquemas mentales de hombre de poca fe, empírico, escéptico, cartesiano y racionalista, capaz de alcanzar las profundidades del espíritu y la meditación transcendental más bien ante un par de huevos fritos bien preparados, una victoria europea del Barça, una caricia amorosa o una zambullida fuera de temporada en la playa de Tamariu. Sin embargo me ha interesado ver mis convicciones contrariadas, porque tengo un respeto devocional hacia los nuevos conocimientos y, más aun, hacia los brujos de la tribu que mantienen un trato especializado con el espíritu. Seguramente hay brujos buenos, brujos mediocres y brujos ineptos. Un buen brujo debe ser un tesoro, estoy seguro. Este libro me ha obligado a repensar, como todos los buenos libros, que son pocos.

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