Algunos amigos míos de origen argentino mantienen la antigua costumbre de exclamar “¡Hoy hace un día peronista!” cuando resplandece el sol fuera del verano de forma tan radiante como ayer viernes, el día que elegimos para recorrer juntos a pie los caminos del delta del Llobregat y comer por allí después de la caminata. Su costumbre calificativa se me ha pegado con el paso de los años y ahora para mi también son “días peronistas” los de luz solar más esplendorosa, como ayer. Fuimos en metro, hasta la parada Cèntric de la nova línia L-9, en El Prat de Llobregat. Pocas calles más allá de la Avenida Onze de Setembre se entra de lleno en los senderos de tierra que bordean los huertos del Parque Agrario, la desembocadura del río, el mar y
las pistas del aeropuerto.
las pistas del aeropuerto.
Son campos peinados por la proliferación ordenada de alcachofas y aviones. Representa la segunda zona húmeda más importante de Catalunya tres el delta del Ebro, con la gran diferencia de su proximidad a la poblada conurbación barcelonesa. Es un parque natural al que se llega en metro.
A los barceloneses nos hace ilusión pisar de vez en cuando tierra sin asfaltar, comprobar la diferencia sensible de nuestros pasos sobre el empedrado o bien sobre la tierra desnuda o la hierba mullida. El aire ligero, tónico y terso del espacio natural contrastaba ayer con las pretensiones insaciables de la urbe y de los usureros de guante blanco.
Tan solo la movilización vecinal y la llegada de la democracia impidieron que estos suburbios, convertidos en patio trasero y cuarto trastero de la ciudad, se convirtieran en ghethos explosivos. Tan solo la movilización vecinal impidió que el gobierno de la Generalitat se acabase de bajar los pantalones en 2012 ante el magnate de los casinos Sheldon Adelson y su proyecto Eurovegas.
Todo lo que ayer recorrimos no ha caído del cielo, es fruto de la lucha de la gente, en especial de los inmigrantes de los años 60 y sus hijos, que se vieron amontonados de cualquier manera en estos comarcas periféricas que hoy presentan un aspecto muy distinto.
Caminar ahora por el delta ordenado y productivo del Llobregat, con el perfil de la montaña de Montserrat detrás y los pinares que pespuntean la línea de la playa, exulta el bienestar físico, activa el hambre, diluye la migraña del aire sudado de la ciudad, higieniza el espíritu y atempera las preocupaciones. Mientras proseguíamos el camino hasta el confín del mirador del Semáforo, entre huertos y cañaverales, recordé la frase de Josep Pla en el libro Cartes de més lluny: “Hemos creado una civilización demasiado cara, y eso nos hará infelices”.
Ayer lució un “día peronista” en el delta del Llobregat y fuimos felices. El menú del día en el restaurant Pati Blau (calle Esplugues de Llobregat 49, en El Prat), procuraba el mismo placer que su entorno, con unas alcarchofas cosechadas la misma mañana y asadas al momento antes de servirlas.
El establecimiento dispone de un patio que le da nombre, habilitado con estufas para cuando sea necesario. A la salida del local, el sol todavía lucía con fuerza de “día peronista” y calentaba casi tanto como el buen rollo de la amistad colocada sobre los caminos de la tierra sin asfaltar. Durante la comida bebimos con moderación, pero de regreso hacia el metro aun entonamos la marcha “Perón, Perón, qué grande sos“... Estábamos contentos, simplemente.
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