El anuncio ayer de la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes al legendario director teatral Peter Brook, de 94 años y todavía en activo, no puede dejar de recordar su brillante descubrimiento por parte de público de aquí cuando en 1983 montó durante diez días la adaptación de la ópera Carmen en unos desvencijados talleres municipales de Montjuïc que dos años más tarde se convertirían en la sala estable del Mercat de les Flors. Era la época en que aquí se abrían nuevos teatros públicos y los frecuentaban las compañías internacionales. Sin embargo la relación
personal de Peter Brook con Catalunya venía de mucho antes, cuando en 1949 era director del Covent Garden en su ciudad natal de Londres y encargó a Salvador Dalí la escenografía y el vestuario de la ópera de Richard Strauss Salomé. Pese a diluir mucho los atrevidos esbozos elaborados por el pintor, el escándalo del día del estreno le costó el cargo.
personal de Peter Brook con Catalunya venía de mucho antes, cuando en 1949 era director del Covent Garden en su ciudad natal de Londres y encargó a Salvador Dalí la escenografía y el vestuario de la ópera de Richard Strauss Salomé. Pese a diluir mucho los atrevidos esbozos elaborados por el pintor, el escándalo del día del estreno le costó el cargo.
Durante los preparativos, pasó unos días con Dalí en su casa de Cadaqués. A raíz de aquel viaje el director teatral hizo amistad con personas del círculo del pintor, como el matrimonio de Alberto Puig Palau y Margarita Gabarró, en el aristocrático Mas Castell de Palamós, dentro de la finca del Mas Juny. Alude a ellos en las memorias Hilos del tiempo, sin citarlos por su nombre, con ocasión de una estancia posterior en la playa de Tamariu, recién casado con la actriz Natasha Parry en 1951.
“Nuestra meta –escribe Brook-- era saborear juntos la alegría de la soledad absoluta, aunque un poco más allá costa arriba vivían unos amigos españoles con los que me había encariñado mucho unos años antes, cuando mi visita a Dalí. Al llegar les llamé, explicándoles cortesmente que habíamos decidido vivir una vida de ermitaños. La atractiva esposa española debió de sonreír mientras decía: ‘De todos modos, vendréis a cenar. Os llamo el miércoles por la noche’. Nuestros amigos tenían una hermosa propiedad, sus cenas siempre eran grandes acontecimientos sociales, conocían a todo el mundo de la costa e inevitablemente uno se marchaba con más invitaciones a tomar una copa y a cenar procedentes de sus invitados”.
Eso sucedía en 1951 y Peter Brook ya era un director teatral en el cenit de su carrera. Setenta años después sigue ahí.
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