En este país lo mejor suele vivir de refilón al lado mismo de lo peor. Esto se aplica a los paisajes, los rincones urbanos y muchos otros ámbitos físicos o mentales de la populosa vida en común. El fenómeno de cohabitación se ve recompensado a veces por el hallazgo feliz, si se invierte un esfuerzo de discernimiento sistemático y cansado. Los pequeños tesoros gratifican de vez en cuando los afanes de la brega contra la chapucería de la corriente mayoritaria. La librería La Central del Raval acaba de abrir justo al lado de la Rambla barcelonesa una de las terrazas de bar más afortunadas, ajardinadas, tranquilas y
acogedoras de toda la ciudad. El establecimiento ocupa desde 2003 una nave de la Casa de la Misericordia, fundada en 1583 como hospicio municipal y reformada en varias ocasiones.
acogedoras de toda la ciudad. El establecimiento ocupa desde 2003 una nave de la Casa de la Misericordia, fundada en 1583 como hospicio municipal y reformada en varias ocasiones.
La casa madre de La Central en la calle Mallorca, abierta en 1996, ya dispone de una plácida y frondosa cafetería habilitada en el patio interior del edificio, en pleno Eixample. Desde ahora su extensión del Raval lo duplica con el jardín de la vivienda del cura de la antigua Casa de la Misericordia, accesible desde la sección de Gastronomía de la librería o bien por la entrada lateral de la calle Ramalleres.
Suma una parra, un abeto araucaria, una palmera, dos naranjos, un ciprés, una fuente rocosa en rumorosa actividad acuática... Las sillas de tijera de madera y el cubo de plástico de deshechos en medio del espacio no están a la altura, pero ya se sabe que la felicidad no es nunca completa. Si el premio Nobel de Literatura no se concediese tan solo a autores vivos y se hiciese extensivo a librerías vivas, La Central del Raval tendría números a favor.
Por cierto, La Central vendió en 2011 el 40% de las acciones al grupo italiano Feltrinelli, con más de un centenar de librerías a lo largo de toda Italia. La primera abrió en 1957 en Pisa y se caracteriza por el patio interior presidido de forma majestuosa por una glicina centenaria. A este prodigio vegetal la empresa le ha montado una pérgola fija y le ha colocado bancos donde los clientes pueden sentarse a hojear libros y revistas. Es uno de los rincones más agraciados e inolvidables de un país pródigo en belleza.
La glicina de la librería Feltrinelli de Pisa ha alcanzado una dimensión arbórea excepcional, que la tinta fresca de los libros parece alimentar. Estoy convencido de que ha significado una de las claves del éxito del grupo italiano y un referente no muy remoto para las terrazas de La Central barcelonesa.
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