Llevo tiempo repitiéndole: “Ramón, tenemos que salir del túnel”. Él no encontraba nunca el momento y ayer, finalmente, lo cumplimos. El periodista de Portbou Ramón Iglesias y yo atravesamos a pie el túnel ferroviario fronterizo que une Portbou con Cerbère y, de paso, dos mundos distintos. Comprendo que a mucho les pueda parecer una tontería, pero a nosotros también nos lo parecen tantas otras cosas que movilizan a las multitudes. A Ramón la iniciativa de ayer le llevaba a revivir la aventura infantil de acudir por el camino más corto con la pandilla de amigos a las fiestas de Cerbère (donde las chicas eran francesas) y volver. A mi el deseo impetuoso de palpar casi de forma cutánea un
túnel que he atravesado a bordo de muchos trenes y que simbolizaba el instante del clímax del cambio de país, más concretamente de Estado. Un túnel también puede tener vida sentimental, además de mucha historia.
túnel que he atravesado a bordo de muchos trenes y que simbolizaba el instante del clímax del cambio de país, más concretamente de Estado. Un túnel también puede tener vida sentimental, además de mucha historia.
Este intestino oscuro, excavado en 1876 bajo el fronterizo Coll dels Belitres, tiene 1.064 metros de longitud, 591 de los cuales en la parte sur. Se mantiene en actividad de circulación, aunque muy escasa. Actualmente la mayoría de trenes pasan a otra velocidad por el moderno túnel del Pertús sin ninguna otra sensación física para el viajero que la obturación momentánea del oído ni ninguna otra impresión visual que la de una foto movida.
En cambio este de Portbou reservaba al alba, tras pasar la noche en las literas del exprés de París, el espectáculo inolvidable de las viñas del Rosellón y las luminosas calas del norte de la Costa Brava. Era un túnel con película panorámica de colores vivos, de escenarios naturales palpitantes. Representaba la llegada al país o bien la satisfacción del deseo irreprimible de marchar. La gendarmería y la guardia civil le ponían una pincelada de costumbrismo, los cafés de Simón Granollers en el bar de la estación de Portbou un gusto matinal de auténtica resurrección de los muertos.
A lo largo de la vida he sido feliz muchas veces en el momento de atravesar el túnel fronterizo de Portbou. Ayer también, de nuevo. Para celebrarlo comimos unos boquerones y unos calamares fresquísimos en Can David, preparados por Moisés Rodríguez (el Moi) y María Jesús Garrido (la Xus). La sobremesa la hicimos a la sombra acogedora de los plátanos de la plaza, en compañía de Enric Milà.
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