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8 abr 2020

Intriga de la mirada de una joven madre rusa bajo la estatua de Pushkin

Cansado de caminar, me senté en un banco de la plaza de las Artes de San Petersburgo, presidida por la estatua del escritor Aleksandr Pushkin. Es un lugar recoleto y pacífico para descansar de los monumentos colosales, sobre todo cuando aparece medio rayo de sol, fuera de los momentos de grandes nevadas. En el banco de al lado se hallaba una joven rusa que empujaba el cochecito de su bebé. Me miró tímidamente con cierta reiteración, pretendiendo expresar algo que nunca sabré. Fue una mirada espontánea y limpia, muy distinta de la que observé la noche anterior en el bar de los grandes hoteles de visitantes extranjeros por parte de las “escorts de lujo”.
Nuestros ojos establecieron por unos instantes una efusión breve y flotante, pero real. No me dirigió la palabra, solo una mirada fugitiva, amable y sostenida, en la que me pareció adivinar de repente todo lo que intentaba entender sobre el destino de la antigua capital imperial rusa.
La atmósfera recogida de la plaza de las Artes representa el último legado del padre de la literatura rusa moderna y héroe romántico. Tanto Pushkin como Dostoyevsky nacieron en Moscú, pero vivieron en San Petersburgo y aquí escribieron obras capitales. También una parte de Anna Karennina de Tolstoi transcurre aquí, igual que algunas narraciones de Gógol, en los mismos barrios donde residieron acto seguido Anna Akhmatova, Mayakosvi o Nabokov.
Cuando Vladimir Putin pasó de primer teniente de alcalde de San Petersburgo a presidente de Rusia, aprovechó el tricentenario de la fundación de su ciudad natal para dedicarle unas inversiones de rehabilitación urbana largamente esperadas. Ponían al día los tonos grises soviéticos y combatían la corrosión del paso del tiempo, una vez abandonado el nombre de Leningrado y recuperado el de la santidad histórica.
El efecto óptico de la Perspectiva Nevski desemboca en la Aguja Dorada, la filiforme cúpula del Almirantazgo revestida con láminas de oro. Como casi todos los edificios importantes de la ciudad, se asoma a la grandiosidad del río Neva, el delta donde el zar Pedro el Grande decidió construir de cero su nueva capital abierta al mar, a las innovaciones del mundo exterior. La tribuna del puente de la Strelska facilita la panorámica sobre aquel esfuerzo megalómano y el legendario Palacio de Invierno, con su fachada versallesca estucada en color azul turquesa.
Los actuales hombres de negocios se citan en los salones del Hotel Europa, restaurado con lujo. Preferí salir al aire libre y acogerme a la adyacente plaza de las Artes, presidida por la estatua de Pushkin, donde una joven madre rusa empujaba el cochecito de su recién nacido como si fuese un trofeo y me miraba tímidamente en silencio.
Los viajes, las indagaciones y la vida misma contienen ratos perdidos que a veces ofrecen la clave de lo demás. Después de los años transcurridos, recuerdo con mayor claridad aquella mirada que los grandes monumentos de San Petersburgo.

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