En el volumen Aigua de mar Josep Pla habla de “las tierras muertas del cabo de Creus” y creo que se equivoca o no precisa lo suficiente. Son tierras de mineralogía a flor de piel, descalzadas de la capa de grasa usual, sin el humus aluvial de llanos y deltas, desforestadas pero no muertas, ni siquiera yermas o exangües. Su diversidad arbustiva es desbordante. Aquí el carrascal, el mar de maquias muestra una heroica tenacidad. La vegetación arbórea no es la única posible, también existe una riqueza vegetal a ras de suelo, una exuberancia tumbada boca abajo. El herbazal es módico pero vivaz, formado por especies menudas de mata gacha pero de gran singularidad, como una tenue idealización dentro de las circunstancias dadas. Se
alimentan del aire del cielo, las gotas de rocío y el viento de las alturas.
alimentan del aire del cielo, las gotas de rocío y el viento de las alturas.
En invierno el tapiz se ve dibujado por el amarillo del tojo y la aulaga. La floración primaveral del matorral resulta vivísima sobre el panorama rocoso, con la ternura que tienen los verdes al nacer. La flor blanca de la llamada hierba “pixanera” (meona) o también cabezas blancas (Alyssum maritimum) desprende entre los dedos una delicado y clarísimo aroma de miel.
La tomillo y el romero son matas perennes que florecen a partir de la primera luna llena de primavera, del mes de abril hasta julio, igual que el abundante enebro. Cerca de la costa se adaptan con facilidad los matojos de lavanda, lentisco, jaguarzo, malvas y cojines de monja.
En las manchas de prados herbáceos del cabo de Creus los postores llevaban tradicionalmente sus vacas a pastar en verano. Durante largo tiempo se les culpó de los incendios estacionales en este lugar, destinados a eliminar los matojos y que las cenizas abonasen el terreno después de la lluvia. (foto Josep M. Dacosta)
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