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7 ene 2012

El contrabando, la sombra del hermano Caín

El principal acto de contrabando fue colocar en 1659 una frontera allí donde no la había, siguiendo únicamente el interés estratégico de la corona francesa y el desinterés de la española. A partir de entonces empezaron a surgir alrededor de la nueva raya artificial intercambios clandestinos que antes no lo eran, en función de las variaciones de cotización o de suministro de los artículos de mercadeo y de la regulación del tránsito de las personas en cada época.

El tráfico de conveniencia, el contrabando, es consustancial a cualquier frontera. En la catalana se sumó el hecho de contrariar la ley natural de
las poblaciones del sector, además de verse sobrepuesta en la bisagra vertebradora entre el continente
europeo y la Península, el punto de paso más transitado desde la antigüedad. 
La actividad atávica y también contemporánea del contrabando escapa por definición a cifras y datos concretos. Prefiere abundar en leyendas y pasar desapercibida, que es su objetivo genuino y básico. No significa que las leyendas contengan tan solo fantasías y no puedan revestir una franca modernidad. Sobre esta dedicación tradicional de las tierras de frontera hay más literatura que estudios, más testimonios a posteriori que retratos de actualidad, más suposiciones que conocimientos, más noticias puntuales que de conjunto. ¿Quién no lo entiende? 
El contrabando mira siempre para otro lado y requiere que la mayoría de nosotros miremos para otro lado. Son las reglas del juego, actualizadas con instrumentos y volúmenes propios de la sociedad globalizada. Nos engañaríamos si pensáramos que se trata solamente de historias de los abuelos, de viejos grupos con el fardo al hombro por caminos de montaña o de barcas sobrecargadas de pescadores artesanales. La frontera ha cambiado de formas y de hábitos. El contrabando le sigue el paso por definición, es su asociado por antonomasia, su sombra, su hermano Caín. 
Las relaciones generalmente distantes entre los catalanes y sus dos Estados de tutela facilitó que la figura del contrabandista local fuese vista con mayor condescendencia que la del carabinero o el gendarme, los encargados de velar por el respeto de una ley fría, genérica y lejana. Al infractor se le reconocía la habilidad, el esfuerzo y la necesidad. A la justicia, un carácter general de algo a quien no viene de un palmo. 
No era considerado por la gente exactamente un delito, sino una manifestación de la lucha por la vida a armas desiguales, la pequeña cucaña local, la picaresca como trabajo temporal o complementario al margen de las volubles autoridades. Unos invertían su conocimiento heredado del terreno, otros cubrían una función más teórica. Era la astucia contra el ampuloso engranaje de la maquinaria oficial, más o menos implacable y eficiente. Todo eso debe haber cambiado bastante, por encima o por debajo de las apariencias. 
La frontera sigue ahí, diga lo que diga la letra de los tratados de la Unión Europea. Ha cambiado mucho, sin duda, en comparación con la época en que constituía un cordón sanitario, una barrera reforzada entre dos regímenes legales diferentes. Pero estar está, igual como aquellas invisibles brujas gallegas... Se asienta sobre más de tres siglos de insistencia en la separación forzada, los cuales han dado resultados imposibles de ignorar entre quienes nos gusta tocar con los pies en el suelo. 
Trabajé de corresponsal del diario perpiñanés L'Indépendant de esta lado de la frontera y aprendí a cruzarla con frecuencia, ilusión y versatilidad, pero siempre fui consciente de estarla cruzando, y no solo me lo advertían los aduaneros. Todavía la transito con regularidad y sigo teniendo la misma sensación, me paren o no. 
Ya no es necesario enseñar el pasaporte, cambiar moneda ni comprar la carta verde, pero compruebo de modo reiterado que los catalanes de un lado y del otro fuimos objeto a partir de 1659 de un contrabando de Estado por lo que respecta a nuestro territorio. Significó diferencias importantes entre los dos nuevos marcos legales (y escolares) de vida y por consiguiente también entre las mentalidades respectivas, gradualmente modeladas por el entorno cotidiano. 
La frontera no se ha impuesto del todo. A veces ha favorecido otro contrabando ideológico de verdades elementales que la superan, porque se encuentran más enraizadas que ella y vislumbran un futuro más beneficioso por encima de las incongruencias. Pero estar está. También --o sobre todo-- en las mentalidades. 
Entre las rendijas de las realidades consolidadas por la frontera se cuelan por sistema varios tipos de contrabando, pequeño o grande, material o mental, respetable o turbio, tradicional o moderno. Somos un viejo y a la vez moderno país de paso, y del otro lado de la divisoria también se declaran catalanes. Vivimos a caballo –un pie aquí, otro allí— de una de las vías terrestres más antiguas del continente. El contrabando representa una parte de la respiración de cualquier frontera, vista inevitablemente como un conjunto de mecanismos de paso. 
Los estudios académicos se han inclinado a menudo a favor de considerar al contrabando pirenaico como una anécdota local, tan solo merecedora de atención en casos muy determinados, impropia de una aproximación rigurosa y homologable con otros aspectos convencionales de la vida colectiva. La actitud se ha debido más a la dificultad o a la pereza de estudiarlo que a ningún falso pudor sobre el sistema de acumulación primitiva de capital en muchas sociedades fronterizas (igual que el fruto de la explotación colonial en lo referente a la sociedad industrial). 
La historia académica también se ha acostumbrado a mirar para otro lado y ha cedido terreno al telón de anécdotas. En general, del contrabando a lo sumo se habla, pero se escribe bastante menos.
Alberes, otoño-invierno 2010

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