No hay en todo el país territorio más griego que la Albera bifronte, las dos vertientes del Pirineo al entregarse al Mediterráneo con fuerza ciclópea cargada de delicadeza. Es una tierra rocosa, arcaica, casi bíblica, irradiada por la luz solar calabresa, ajardinada por las hileras de viñas y el plumero tornasolado de los olivos en aquellos terrenos que han logrado torcer la pereza de la maquia improductiva o la soberbia de la urbanización rampante. El problema es que tanto la idea como el calificativo de Catalunya griega cayó con mal pie desde el primer momento, vistos como una idealización excesiva, por no decir cursilona, del canon
clasicista del Noucentisme, una voluntad de orden elitista, una formulación estética desligada del día a día vivido sobre el terreno.
clasicista del Noucentisme, una voluntad de orden elitista, una formulación estética desligada del día a día vivido sobre el terreno.
Mientras buscaban las Venus en las excavaciones institucionales de Empúries, nadie prestó suficiente atención al protagonismo del paisaje, a la descripción de la personalidad del paisaje. Excepto el escultor Arístides Maillol, toda su vida deslumbrado por el valle natal de Banyuls como punto de referencia de sus desnudos femeninos monumentales que triunfaban en París. Josep Pla, el gran descriptor, era un post-noucentista militante y solo podía caer en la trampa: “Grecia tiene eso: han pasado los años, los siglos, los milenios, y el simple nombre de Grecia produce ilusiones, fervores, excitaciones, entusiasmos –a veces secretos pero delirantes”.
El historiador del arte Francesc Fontbona lo ha expresado con claridad al catálogo de la exposición “Fascinación por Grecia”, presentada el 2009 en el Museu d’Art de Girona: “Especialmente a partir de 1911, girarse hacia el Mediterráneo para tomar a los griegos –y a los romanos— como modelo fue la fórmula mágica empleada por la nueva generación de artistas catalanes. Uno de los primeros en percibir que el Mediterráneo era la fuente del arte propio fue el escultor y pintor Arístides Maillol, catalán de Banyuls, quien realizaba figuras de una gran carga simbólica inspiradas en el mundo clásico o, mejor dicho, en el mediterranismo de siempre, buscando la esencia de la figura femenina no en la copia de viejos modelos de mármol –o yeso--, sino en las propias mujeres que el artista hallaba en los caminos de su Rosellón. Una de estas figuras, quizás sin que él mismo se lo propusiese, se convertiría en programática: era Mediterrània, de 1905, que con su título ya pregonaba lo que quería decir. Maillol se convirtió en uno de los escultores más importantes de su tiempo a escala mundial. Sin embargo, el hecho de ser de la Catalunya del Norte provocó que su línea nueva no alcanzase un eco inmediato en el arte del resto de Catalunya. El noucentisme, pues, tenía un profeta indudable y de gran prestigio internacional, pero la mayoría de noucentistas tardaron bastante en enterarse”.
La cómoda carretera que actualmente lleva del municipio de Espolla al Coll de Banyuls es una vía romana de gran belleza, condenada durante los últimos siglos por la implantación de la frontera y convertida en camino secreto de contrabandistas. Circular por ella actualmente en condiciones normales permite comunicar al Empordà con la Marenda rosellonesa por una ruta más directa y menos conocida. El accesible Coll de Banyuls es uno de los miradores más bonitos del país, de las dos vertientes del país.
A la mayoría de personas que circulan per La Jonquera y El Pertús, este otro paso del Coll de Banyuls les debe parecer minúsculo y apartado. En cambio yo lo veo como un microcosmos violentamente feliz, una proa exacta de mi mundo, que comunica un sentimiento de ternura gracias al plano-secuencia panorámico que permite colocar las pausas.
Los diez kilómetros de pista forestal entre Espolla y el Coll de Banyuls fueron convertidos en carretera asfaltada de cuatro metros de ancho por el Departamento de Política Territorial y Obras Públicas de la Generalitat, en unas obras ejecutadas por etapas entre 1999 y 2007. Por el lado francés también acondicionaron y asfaltaron la pista de ocho kilómetros que une el mar de Banyuls con el Coll (algún tramo quedó sin pavimento desde el temporal de lluvia de la noche del 29 al 30 de noviembre de 2014).
En 1995 la Generalitat ya abrió la carretera que une Maçanet de Cabrenys con Sant Llorenç de Cerdans, al otro lado de la frontera, por Tapis y Costoja, a través del puente sobre el Riumajor proyectado desde le época de la Generalitat republicana. También asfaltó la que conduce de La Vajol al Coll de la Manrella para enlazar con el municipio francés de Les Illes-Morellás. El histórico Coll de Banyuls tuvo que esperar un poco más.
Banyuls siempre ha sido un mundo aparte. La franja rocosa de una veintena de kilómetros de la Marenda rosellonesa contaba tan solo con dos núcleos de población: Collioure como fortificado puerto comercial de Perpiñán y el hábitat disperso de Banyuls. No existían los otros dos municipios actuales de la costa rocosa: Port-Vendres era una bahía deshabitada que formaba parte del termino municipal de Cotlliure hasta 1823. Cerbère nació con la llegada de la vía férrea el 1876 y se separó administrativamente de Banyuls apenas en 1888. Hoy la carretera del Coll de Banyuls permite esquivar la otra de las curvas, por Portbou, abierta en 1927 y no muy mejorada desde entonces.
En la moderada cumbre del Coll de Banyuls el aire imantado por el silencio permite escuchar cómo el pincel de los dioses perfila los trazos del paisaje y expone al observador el secreto que atraviesa el tiempo, desde los griegos hasta el instante preciso de nuestra mirada. La apreciación del paisaje es un juicio de valor que depende de la predisposición de cada uno. El Coll de Banyuls puede parecer insignificante, en cambio para mi es donde confluyen las líneas de fuerza del gran teatro del mundo sin necesidad de aparatosas coreografías y, además, sin anhelo de respuesta. La Catalunya griega está aquí, concretamente. (Foto Pablo Leoni).
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