La mejor literatura de viajes no siempre la escriben los exploradores más esforzados ni los aventureros más arriesgados, a veces se logra sin salir de casa, con la imaginación, el recuerdo y la destreza narrativa. Las descripciones más vibrantes de las ruinas de Atenas se encuentran en el libro Itinerario de París a Jerusalén, de Chateaubriand, que tan solo permaneció dos días en la capital griega, en agosto de 1806. Friedrich Hölderlin no estuvo nunca en persona, sin embargo escribió la novela Hiperión o el eremita de Grecia con una visión paisajística de auténtico genio, aunque fuese copiada del libro anterior de Richard Chandler Travels in Asia Minor and Greece. Josep Pla escribió una acerada descripción de Rio de Janeiro sin bajar del barco,
durante el único día de su estancia, el 3 de enero de 1957.
durante el único día de su estancia, el 3 de enero de 1957.
Las escasas horas transcurridas ante la ciudad no le impidieron dejar páginas magníficas, incorporadas al volumen 18 de la Obra Completa En mar. Ser capaz de redactar descripciones magistrales sin bajar del barco o sin salir de casa ha constituido un hecho irrefutable en ocasiones como esas.
La literatura de viajes es en primer lugar literatura y, solo en segundo lugar, viajes. Emilio Salgari escribió la novela de aventuras El tigre de Malasia sin salir de su casa, en Verona. Fernando Pessoa y José Lezama Lima no viajaron jamás. Uno de los cuentos más prodigiosos de la historia de la literatura es Un descenso al Maëlstrom, de Edar Allan Poe, sobre el remolino de corrientes marítimas que se forma en la costa de Noruega, donde el escritor no estuvo nunca.
Una prueba de fuego del género sigue siendo la descripción del color del estucado de las fachadas del centro barroco de Roma y la logró Josep M. de Sagarra en un libro de memorias. Después, celoso, Josep Pla escribió que las piedras venerebles de la vieja Roma eran "de color de pollo asado" (L'afer de la Pensione Fiorentina, a Roma, OC 6, pág. 536).
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