En Venècia el muelle de las Zattere, asomado al canal de la Giudecca, es más espacioso que los demás y se encuentra encarado a mediodía. Esto le ha convertido en lugar preferido de paseos durante la mayor parte del año en que se busca la caricia del sol en una ciudad tan tupida y húmeda. Se han multiplicado aquí terrazas de bares y restaurantes, han proliferado amores de puntos supuestamente secundarios, los monumentos que las guías no subrayan. "Un viajero un poco experimentado sabe que es lugar más bello del mundo", sentenció Philippe Sollers a propósito del muelle de las Zattere. Llevo tiempo pensándolo y los expresaría igual, sin una palabra más ni una menos, pero él llegó primero. El muelle adopta el nombre de los troncos que circulaban
por flotación en zattere o almadías, arrastrados por la corriente del río Piave desde los bosques de la comarca del Cadore. A las puertas de la iglesia de Santa Maria della Visitazione, llamada de los Artigianelli, se concentra más público que en el interior del templo, igual que ocurre con el restaurante Sole Luna.
por flotación en zattere o almadías, arrastrados por la corriente del río Piave desde los bosques de la comarca del Cadore. A las puertas de la iglesia de Santa Maria della Visitazione, llamada de los Artigianelli, se concentra más público que en el interior del templo, igual que ocurre con el restaurante Sole Luna.
El nombre de este último local alude a uno de los privilegios más admirables del muelle de las Zattere, cuando algunos días escogidos, a la hora del crepúsculo, el sol y la luna se dejan ver simultáneamente desde aquí, a ambos extremos de la isla de la Giudecca, en un instante feliz de encarnación huidiza de la belleza del mundo. Es uno de los golpes escondidos de Venecia, uno de sus milagros menos conocidos.
En aquel instante recito a veces para el cuello de mi camisa la primera estrofa del poema de Yorgos Seferis “Solsticio de verano”:
El mayor de los soles en un lado
y del otro luna nueva
lejos de la memoria como aquellos pechos.
Y en medio el abismo de la noche estrellada
el cataclismo de la vida.
No hay en Venecia ningún palacio ni templo, ningún canal ni campo, ninguna mesa ni cama tan querido por mi como el muelle de las Zattere. Solo o acompañado, vencido o maravillado, empatado con la vida o bien en lucha desigual, solo al llegar a las Zattere consigo poner los ojos en paz sobre las fachadas paladianas del Redentore y las Zitelle y dejar partir el corazón, calmado, a bordo de una góndola que desfila lenta frente a mi con la fuerza terca de un solo viejo remo.
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