Más de un artículo sobre la muerte en París a los 99 años del periodista Jean Daniel, fundador y director del prestigioso semanario Le Nouvel Observateur, ha reproducido su frase: “Primero me siento mediterráneo, después francés y después judío”. Nacido de una familia judía en la Argelia francesa, era amigo de Albert Camus, de quien adoptó el mediterranismo retrospectivo de los franceses de origen argelino instalados en París. No es usual que los ciudadanos mediterráneos sean conscientes de serlo, menos aun en primer lugar de identidad. Generalmente cada persona se siente de un país, una ciudad y un barrio, a menudo por espíritu de singularización ante el país, la ciudad o el barrio de al lado. Un europeo puede llegar
a recordar que lo es, si se encuentra temporalmente en África o en Indonesia. En cambio un ciudadano mediterráneo experimenta poco el sentimiento consciente de serlo, aunque practique todas las características de estilo de vida. El Mediterráneo es una identidad vivida y a la vez raramente declarada, un sentimiento de pertenencia poco perfilado por el patriotismo general o local.
a recordar que lo es, si se encuentra temporalmente en África o en Indonesia. En cambio un ciudadano mediterráneo experimenta poco el sentimiento consciente de serlo, aunque practique todas las características de estilo de vida. El Mediterráneo es una identidad vivida y a la vez raramente declarada, un sentimiento de pertenencia poco perfilado por el patriotismo general o local.
Intenté argumentar el carácter mediterráneo actual en mi libro El Mediterrani ciutat, recorriendo las principales capitales de ambas orillas. Frente a los clichés sobre el tipismo de sol y playa, describí el mosaico de su modernidad urbana.
Mi balance se refugió en el utillaje literario, los malabarismos verbales: “Me inclino a pensar que el Mediterráneo es más que nada un estado de ánimo. Es la indefinición de un hecho patente que se enuncia más con actos que frases, un sobreentendido de quienes sintonizan, una evidencia que se formula con el chapoteo de cuatro palabras esenciales, con la yema de los dedos, con el brillo de los ojos, con la tirantez de la piel soleada, con la fuerza de una razón destilada de la vida, con la intensidad de una fe probada. Esta es toda la definición que he encontrado al final de un largo viaje y un obstinado retorno”.
No anduve desencaminado, pero el camino sigue muy abierto. Aquellas frases de balance contenían el espíritu de lo que he seguido escribiendo desde entonces.
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