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12 mar 2020

Una copa de coñac en casa del erudito Pep Vila, en Palol d’Onyar

Ayer recibí una invitación indeclinable de Quim Curbet a través de las pantallitas que actualmente marcan nuestro ritmo de vida: “Dice Pep Vila que vayamos a comer a Cal Ferrer Vell de Palol d’Onyar y luego tomamos un coñac en su casa”. Me apunté de inmediato, por el paseo en Palol (pertenece al municipio gerundense de Quart, suma 500 habitantes y un castillo deshabitado) y más aun por la hospitalidad del erudito filólogo Pep Vila, historiador de la literatura, investigador en los archivos de los temas más apasionantes y autor de un Bocavulvari eròtic de la llengua catalana reeditado en 2012, que recoge setecientos años de
palabras relativas al sexo y el erotismo, como una sed biológica o una sensibilidad palatal.
Pep Vila comparte el mismo nombre y apellido con un actor de teatro, un corredor de rallies y un cantante valenciano, aunque para mi no hay confusión: el mío es el autor del Bocavulvari y otras pequeñas joyas extraídas de los papeles viejos, por ejemplo el libro La memòria sota el mar. El naufragi de l’Annunziata i la Gran Pelikana en aigües del Cap de Creus el diumenge 22 de març del 1654 (en la foto adjunta los mostramos ambos). Como buen erudito independiente, sin nómina en la tribuna oficial, es un magnífico conversador, sobre todo a propósito de la pasión por los saberes supuestamente inútiles que nos unen y esparcen. 
Además, ayer hizo un mediodía de sol radiante que comunicaba a la piel y a las neuronas el gusto fresco del encuentro, el color vivo del arrabal gerundense, la pasión de existir de la sociabilidad, la dulzura secreta del desplazamiento, la posesión ilusoria de los ratos compartidos y el rechazo de los instintos solitarios, ya sean vocacionales o bien confinados por la fuerza de las circunstancias. 
Pep Vila tiene un aire felino que encaja con su pensamiento inquieto en que alterna las ideas rectilíneas y las ondulantes, las que ligan y también las que no con la versión oficial sobre el peso de las cosas. Esto proporciona a la conversación una lubricidad justa, espumosa, civilizada, de un encanto plácido y delicioso, intencionado y sugestivo. 
Pasamos revista a una larga serie de intereses supuestamente inútiles y Quim Curbet nos retrató, hasta que la hora del reloj nos obligó a concluir sin más prórrogas. Para poner el broche, caímos en la cuenta que solo faltan ocho días para el equinoccio de primavera y eso nos pareció uno de los temas más importantes.

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