Tal como reza el cartel aparecido en las marquesinas de Londres: “No puedo comer aplausos. Y si la próxima vez votas a alguien más sensato, eh?”. No sé si saldremos del confinamiento más mentalizados y movilizados sobre la necesidad de recuperar algunos equilibrios sociales, pero tengo la sensación de que vivimos un cambio de etapa enmascarado. Tras la Segunda Guerra Mundial (50 millones de muertos), el capitalismo y la democracia sellaron un pacto tácito de postguerra, derivado de largas luchas de los trabajadores y del resultado de aquella nueva carnicería: la paz social a cambio del Estado del bienestar como forma de cohabitar, producir y consumir. Las clases dominantes ofrecían empleo y prosperidad a las demás, a cambio de conservar la parte del león de
los beneficios. La asimetría social se reducía un poco gracias a una nueva organización de las instituciones económicas para hacer posible la paz y el desarrollo.
los beneficios. La asimetría social se reducía un poco gracias a una nueva organización de las instituciones económicas para hacer posible la paz y el desarrollo.
La globalización ha roto aquel pacto, ha vuelto a imponer la codicia y la falta de escrúpulos de unos cuantos, una nueva desigualdad en el reparto de la riqueza. No es cierto que no quede dinero para sufragar el Estado del bienestar, sino que el dinero se ha concentrado de nuevo en manos de quienes no necesitan el Estado del bienestar.
Las oportunidades de los ciudadanos de participar en las decisiones importantes se han visto reducidas a una periódica versión electoral, como si la democracia solo fuese un instrumento para organizar elecciones, formar gobiernos y mantener una frondosa clase política. Una gran parte del alcance de la actual pandemia está directamente ligada a los recortes sanitarios, aprobados por los gobiernos de los últimos años en política preventiva y disponibilidad asistencial.
Tras dos meses de muertes masivas, confinamiento general, sobreesfuerzo mal pagado del personal sanitario y parálisis económica, aun no sabemos cuándo dispondremos de una simple prueba serológica para todos ni a qué ritmo se pondrá a punto una vacuna. Si no se ejerce un grado de presión social, seguiremos asistiendo al encogimiento del derecho democrático a vivir al menos con el nivel de normalidad de antes de aquellos recortes aprobados por gobiernos que votamos sobre la base de otros discursos.
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