Entré a comprar un helado en la pequeña cafetería de una localidad de la Val d’Orcia toscana, donde me alojaba para evitar las aglomeraciones de Florencia o de Siena. Me atendió detrás del mostrador una joven dependienta rubia de ojos azules que me pareció de fisonomía eslava. Su conversación amable, espontánea y fluida me hizo optar por comer el helado allí mismo, en el mostrador. Era el único cliente, algo impensable en Florencia o en Siena. Tuve todo el tiempo para preguntarle de dónde procedía su acento en italiano y me contestó con un amplia sonrisa: “Soy del Tayikistán”. La respuesta me llevó a recordar la orgullosa
atomización de las antiguas repúblicas soviéticas y mi absoluta ignorancia sobre la del Tayjikistán. Me interesé a partir de aquel helado.
atomización de las antiguas repúblicas soviéticas y mi absoluta ignorancia sobre la del Tayjikistán. Me interesé a partir de aquel helado.
Ahora sigo las escasas noticias que llegan del Tayikistán en honor de la amable joven emigrada que me dio conversación en la pequeña localidad de la Toscana. Sobre todo lo hago en honor de la idea básica que el mundo es más amplio, diverso, mestizo y atractivo que el etnocentrismo habitual de nuestro propio ombligo. Ahora el Tayikistán tiene a mis ojos la sonrisa de aquella muchacha y el regusto fresco y dulce de su helado de stracciatella, pronunciado con un acento todavía más delicioso si el receptor pone un poco de apertura de espíritu ante los descubrimientos espontáneos de la confraternización.
La pequeña república interior es fronteriza con la del Kirguizistán, China, Afganistán y Uzbekistán. Fue ocupada por los árabes (que dejaron la religión islámica), los mongoles, los turcos y finalmente los rusos. Desde 1991 es un país independiente, la más pobre de las antiguas regiones soviéticas, con una fuerte emigración económica entre los 9 millones de habitantes, sobre todo por lo que respecta a los jóvenes.
Todo eso son datos fríos que no habría conocido sin la amable camarera que me sirvió el helado en una pequeña localidad de la Toscana donde aun tienen tiempo para la conversación espontánea. Los llamados centri minori de las regiones históricas italianas son un tesoro escondido, como el Tayikistán.
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