Tan solo tres años después de publicar en 1859 el tratado El origen de las especies, que imprimió un vuelco a la ciencia moderna, Charles Darwin quiso bajar al detalle. Entre todas las especies animales y vegetales que había estudiado, el sabio inglés dedicó un libro monográfico a La fecundación de las orquídeas. El mundo de la ciencia lo consideró un poco excéntrico, pero las orquídeas se volvieron a poner de moda como una de las flores más seductoras de la naturaleza. Proliferaron buscadores y criadores apasionados a lo largo del mundo. Ahora bien, precisamente en la seducción se halla el pecado, la polémica científica que aun colea. Las orquídeas pasaron a ser consideradas una de las especies más evolucionadas e “inteligentes”
del reino vegetal por la extraordinaria belleza de sus flores destinadas a atraer a los insectos fecundadores o polinizadores, pero tambíen unas estafadoras.
La mayoría de las demás flores les atraen por el néctar que proporcionan, las orquídeas solo con la belleza aparente, como mucho con una vaga fragancia de feromonas volátiles, dentro de un intercambio desigual entre orquídeas e insectos sin recompensa de ningún néctar, incluso de estafa sexual por parte de las atractivas receptoras.
Dos jóvenes científicas canadienses, Carla Hustak y Natasha Myers, acaban de publicar el ensayo La fascinación de Darwin para intentar salvar la honestidad cuestionada de la belleza abusiva de las orquídeas y su sistema de reproducción con engaño. La pirueta teórica del nuevo libro concluye: “¿Qué pasa si la topología de los encuentros insecto/orquídea no se ve condicionada tan solo por una economía de cálculo que maximiza la supervivencia, sino también por una ecología de afectos que alimentan el placer, el juego y las experimentaciones?”.
Una vez leída la nueva aportación de Hustak y Myers al debate, tengo la impresión que la cuestión sigue donde la dejó Charles Darwin, el señuelo de la belleza como engaño.
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