La tramontana en el coll de Banyuls |
La tramontana no es solamente un viento, es también una luz, un estado de ánimo particular y divergente de la inteligencia emocional. Provoca relaciones de amor-odio, de modo que las mismas personas pueden censurarla o añorarla alternativamente.
El viento violento se acostumbra a asociar con temporales oscuros y dramáticos, como en les novelas oceánicas de Joseph Conrad o en la tremenda Oda al viento del oeste de Shelley. En cambio, la tramontana tiene la virtud de ser generalmente un viento invernal soleado y luminoso. Es frío, pero vivifica como la primavera.
Representa un estimulante cardíaco, un clímax que despierta el movimiento ascensional de las apetencias y azota las ideas, una claridad que
rejuvenece los contornos de su pequeño mundo, una mezcla de fuerza y sensibilidad capaz de subrayar la gloria de las cosas, imprimir al escenario un brillo desconocido, limpiar la mirada, despojar hasta la desnudez más radiante las siluetas del paisaje e imantar la retina sobre el tapiz de la vida. La tramontana es un dandismo atmosférico ávido, intuitivo y penetrante, un lujo neumofílico y vital, una fenomenología de la mirada sobre los escenarios de la comedia humana, escapada por unos días del dedo severo de Dios.
La mirada amplia y elegíaca se ve premiada esos días por la gran luminosidad del barroco, con una nueva profundidad de campo y una agudeza de la mirada que proporciona auténticos bodegones de naturalezas vivas. Abre líneas subrayadas, modifica la luz proyectada por el cielo sobre la tierra, procura una filiación inesperada con la claridad de las cosas, una fidelidad inusual con su perfil más auténtico, un retorno a la memoria de lo que es capaz de alcanzar el ojo íntegro, lúcido y combativo para discernir lo que parecía inexistente el resto de días.
Me gusta acudir a encontrarme la tramontana a algunas tribunas preferentes de mi libre y estudiada elección: la playa invernal de Empúries, el Cuello de Banyuls o la amplia explanada, casi siempre desierta, del Palacio de los Reyes de Mallorca en Perpiñán, como si esos días mi insignificante persona saliese a abrazar el cosmos como una golosina de la mirada, una delicadez del espíritu, un ejercicio de estilo de la naturaleza, una concesión fugaz de la belleza de las cosas. Esos puntos dilectos de la tramontana son mi Jardín del Luxemburgo, mi Kew Garden, mi Central Park. Doy la cara a sus embates y al cabo de un rato me entran ganas de aplaudirla, de gritarle: “Brava, brava, brava!”. Otras veces, más contenido, le declamo verso a verso "Mientras el aire es nuestro", de Jorge Guillén:
Respiro,
y el aire en mis pulmones
ya es saber, ya es amor, ya es alegría,
alegría extrañada
que no se revela
sino como un apego
jamás interrumpido
--de tan elemental--
a la gran sucesión de los instantes
en que voy respirando,
abrazándome a un poco de la aireada claridad enorme.
y el aire en mis pulmones
ya es saber, ya es amor, ya es alegría,
alegría extrañada
que no se revela
sino como un apego
jamás interrumpido
--de tan elemental--
a la gran sucesión de los instantes
en que voy respirando,
abrazándome a un poco de la aireada claridad enorme.
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