8 ene 2012

No es una crisis, es una estafa

El negocio de prestar dinero a cambio de un interés ha tenido siempre una moralidad dudosa, sospechosa de abuso, avaricia, rapacidad y falta de escrúpulos. Siglos atrás les tildaban de usureros, retratados como tales, pero desde El Mercader de Venecia de Shakespeare el calificativo cayó mucho en desuso.
Convertido en una industria de dimensiones desaforadas, el negocio se preocupó por adjudicarse una imagen de prestigio. Ahora se llama sector financiero y nos tiene acogotados. En un retorno a los orígenes, los últimos años se ha demostrado, que el negocio financiero ha actuado como un “trilero” de baja estofa, con la
activa colaboración de otros poderes. Alcanzado este punto, incluso en los diarios más honorables y en boca de las firmas más conspicuas leo últimamente frases inauditas: “La estricta aplicación del Derecho a las conductas de los administradores de la Banca y las Cajas –salvo pocas excepciones— bastaría para sanear un mundo oscuro sin más prestigio que el del control del dinero” (Manuel Martín Ferrand, ABC, pag. 14, 3 de diciembre del 2011).
“La agencia descalificadora Standard & Poors practica objetivamente el golpismo económico” (Xavier Vidal-Folch, El País 17 de noviembre de 2011).
“Han implantado el nazismo económico en que vivimos, fruto del culto al dinero, como el nazismo de Hitler fue el fruto del culto a la raza” (José Ignacio González Faus, La Vanguardia 26 de septiembre de 2011).
“Este capitalismo que privatiza las ganancias y socializa las pérdidas no es capitalismo. Es pura picaresca” (Antoni Puigverd, La Vanguardia 23 de septiembre de 2011).
“Hay pocos precedentes de un sistema tan cruel y antidemocrático como la globalización neoliberal” (Salvador Aguilar, El País 12 de septiembre de 2011).
“La administración Bush invadió Irak, pero resulta que las armas de destrucción masiva estaban ocultas en los sótanos de Wall Street” (Xavier Batalla, La Vanguardia 11 de septiembre de 2011).
“Como algunos de sus colegas griegos o italianos, Luis de Guindos [el nuevo ministro español de Economía] viene directamente del corazón del sistema financiero q ue de tanto doparse acaba estallando. Poner la salida de la crisis en manos de una persona que estuvo en los lugares donde se gestó el desastre, francamente tiene algo de escarnio a la ciudadanía. No dudo de la competencia de Luis de Guindos, pero lo simbólico es muy importante en política. Y la señal que de la crisis se sale bajo la dirección de un empleado de los que la provocaron dice más que mil palabras” (Josep Ramoneda, El País 25 de diciembre de 2011).
Tan solo me queda por saber si tendrá algún efecto que lo digan incluso las páginas de ABC, El País y La Vanguardia. La ausencia de información a la altura de las circunstancias, al margen de los artículos de opinión, es uno de los motivos por los que la mayoría de ciudadanos sigue votando como antes o peor, mientras encaja las consecuencias directas de la situación.
Para ser efectiva sobre la mayoría, la información alrededor de las causas y la magnitud de la crisis no debería limitarse a los artículos de opinión que solamente leemos los periodistas entre nosotros o algunos lectores empedernidos. A la información mayoritaria le ha alcanzado de pleno la crisis de la publicidad, pero no la reforma necesaria para salir del atolladero. Está igual que el sector financiero y el político, en una responsabilidad compartida.
La novela El amante de lady Chaterley, publicada en 1928 por D.H. Lawrence, comienza exactamente con el siguiente párrafo: “La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico. El cataclismo se ha producido, estamos entre las ruinas, comenzamos a construir hábitats diminutos, a tener nuevas esperanzas insignificantes. Un trabajo no poco agobiante: no hay un camino suave hacia el futuro, pero le buscamos las vueltas o nos abrimos paso entre los obstáculos. Hay que seguir viviendo a pesar de todos los cielos que se hayan desplomado”.

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