El fotógrafo y yo fuimos enviados a realizar un reportaje sobre escultura antigua al museo de Siracusa (Sicilia), en particular sobre su célebre Venus Anadiómena (significa surgida de las aguas) o Venus Landolina (nombre del arqueólogo que la descubrió en 1804, Saverio Landolina), una pieza helenística de la escuela praxitélica tenida por capaz de convencer a los espíritus más reticentes sobre la concupiscencia que puede despertar un trozo de mármol. El pedrusco descabezado y manco de la Venus de Siracusa emite sin lugar a dudas una cierta sensualidad turbadora, por la elocuencia de las formas corporales que adopta al salir del agua y el gesto de sostener con la mano, frente al pubis, la ropa que cae alrededor de las
piernas, sin ocultar el culo proporcionado de modo eminente.
piernas, sin ocultar el culo proporcionado de modo eminente.
El fotógrafo y yo realizamos el reportaje encomendado. Al regreso, anclados en la sala del aeropuerto por culpa del vuelo delayed a raíz de unas lluvias torrenciales, mirábamos pasar a la gente durante las horas lentas de espera, con la pupila todavía empapada de escultura clásica. Aburridos en la butaca, salimos a hablar de que la mayoría de mujeres que veíamos desfilar ante nuestros ojos presentaban en su pecho dos eminencias, dos convexidades simétricas, cuya prominencia bajo la ropa variaba en función del grado de ostentación que hacían de ella, alcanzando a veces un nivel casi prodigioso de belleza viva, vibrátil. También le llaman busto, aunque la palabra nos recordaba en exceso a los de piedra y ahora hablábamos de la turgencia de la carne, la textura más opuesta a las estatuas en su vitalidad.
En la sala de espera nos pareció que algunas mujeres transportaban sobre su paso cadencioso Venus auténticas, pero enriquecidas con el soplo de la materia viva que siempre faltará a las mejores estatuas. Concluimos que la realidad, entre muchas otras manifestaciones contradictorias suyas, ofrece a veces imágenes sublimes y, además, vivas. Señalamos discretamente algunas demostraciones directas de que contemplar con el rabillo del ojo a una atractiva desconocida puede resultar más evocador de la belleza que las mejores obras expuestas en los museos.
Mi colega intentó reprimir el entusiasmo recordándome que algunas personas consideran a esas dos prominencias del pecho femenino partes del cuerpo como cualquier otra. Me dio pie a argumentarle, para pasar el rato, que yo no. A mi me admira el dibujo de la línea curva, el más difícil y delicado de todos. El círculo es la figura perfecta y la curva su premonición. Si a ese dibujo le añadimos volumen, la dificultad se duplica. Si le sumamos el movimiento, se triplica. La excepcionalidad admite imperfecciones, claro está, incluso las recomienda como garantía de veracidad frente a los trucajes. La perfección no ha sido nunca un requerimiento de la belleza. Ignoro en qué consiste la perfección, tiendo a pensar que es una excusa de la insatisfacción, una evasión del compromiso con la realidad, una abstracción interesada.
Las evasiones de la realidad siempre me han parecido sospechosas y despertado un mecanismo de prevención. La perfección es una solemne engañifa. El talento humano radica en capear la imperfección de la mejor manera posible, con los medios al alcance. El atractivo no depende exclusivamente de las condiciones objetivas, sino del modo de ostentarlo, de la autoconfianza de cada persona en los propios encantos, sea cual sea su coyuntura temporal. El atractivo es un impulso alimentado per elementos muy variados y no siempre los más evidentes se ven valorados de la misma manera por todo el mundo.
La belleza y la atracción son algo muy subjetivo, más ligado a la predisposición que a la ingeniería. Tampoco debe abusarse de la belleza, las convexidades y concavidades carnosas más selectas han de convivir con muchos tópicos y mostrarse condescendientes a la espera de los momentos propicios. Si tales momentos llegan, no siempre quieren estabilizarse ni saben decaer con turgencia de espíritu. Entonces dimiten o huyen. Añadí a mi colega, para rematar, que algunos creen en la resurrección de la carne --un fenómeno que sería sin duda admirable-- mientras otros subrayan que "deleite" tiene la misma raíz etimológica que "delirio" y que Ulises se ató al palo mayor de la nave para no sucumbir al canto de las sirenas, aunque decidió no taparse los oídos porque quería saber cómo sonaba.
El vuelo delayed que esperábamos apareció de pronto en la pantalla de salidas anunciadas. Abandonamos precipitadamente las divagaciones de sala de espera para introducirnos en otra más aérea y funcional, con la sensación de que las horas de espera en el aeropuerto, las contemplaciones divagatorias y las conversaciones entre colegas ocasionales no siempre son tiempo muerto.
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