El pasado domingo comprobé que el centro de Milán mantiene a pleno funcionamiento, en un corto radio de 50 metros de distancia, tres librerías de gran superficie abiertas los siete días de la semana. Bajo los porches de la plaza del Duomo, el megastore Mondadori de cinco pisos, abierto en 2007, con 100.000 libros a la venta, bar, prensa discos, papelería, pequeña electrónica. En la vecina galería comercial Vittorio Emanuele II, la librería Feltrinelli se amplió en 2015 con el espacio de la antigua tienda de discos Ricordi. En la misma galería, la vieja librería Rizzoli fue reformada en 2014 para convertirse en una de las más bellas del mundo, dos años antes de que la empresa editorial fuese absorbida por la Mondadori del inevitable Silvio
Berlusconi.
Berlusconi.
Se trata de tres librerías basilicales, catedralicias, reflejo de la potente industria editorial italiana y de los índices de lectura del país. Ofrecen un servicio práctico y abundante, inclusive en días festivos. Una vez reconocido todo eso, a mi me agobian, me saturan con rapidez.
No dejo de visitarlas, de pelegrinar hasta ellas con devoción, pero me dedico a buscar los rincones menos masivos de cada una, los pequeños golpes escondidos que también contienen. El megastore Mondadori lo recorro con el mismo embeleso expeditivo que aplicaría a un rascacielos de Nueva York y pronto la doy por vista.
En la Rizzoli paseo como en un parque, en homenaje al “bel disegno italiano”. Mi preferida es la Feltrinelli, una debilidad particular alimentada antes por inclinación ideológica y ahora simplemente sentimental. La empresa editorial Feltrinelli regenta a lo largo de Italia una cadena de 120 librerías que llevan su nombre. Se ha permitido absorber a la editorial barcelonesa Anagrama y una parte accionarial de la cadena barcelonesa de librerías La Central.
Mi Feltrinelli preferida no es esta del centro de Milán. Es la de Pisa, por un motivo especialísimo. Fue en 1975 la primera de la cadena en abrir. Su patio interior se encuentra presidido por una glicina centenaria, de unan dimensión arbórea que la tinta fresca de los libros parece alimentar. La empresa le ha montado una pérgola cerrada y colocado bancos a su sombra, donde los clientes pueden sentarse a hojear o leer libros y revistas. Es uno de los rincones más afortunados e inolvidables de un país tan pródigo en belleza --y en librerías.
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