En su juventud Francisqueta Bagó caminaba cada día los 7 km que separan Llers de Figueres para servir mesas en el acreditado restaurante de Ca la Teta, en el hotel Durán. En 1951 le tocó alojar y alimentar en su casa durante tres días a los músicos de la cobla-orquesta de la fiesta mayor. Encontró que era capaz y abrió fonda propia, con habitaciones y comedor, ayudada por el marido Carles Sáenz. Ca la Francisqueta de Llers sigue siendo, casi siete décadas después, una pequeña institución. Ayer acudimos a comer junto al amigo Josep Lloret como quien entra en un templo milagroso y concurrido de la virtud de la modestia. Su menú diario de cuatro platos, vino y café a 10€ redondos por persona tiene fama de calidad, básica
y auténtica. Después de la ensalada, de primero los lunes siven escudella y carn d'olla, los jueves arroz a la cazuela y los demás días fluctúan (las lentejas guisadas me harían regresar). De segundo, carrillera al horno, pollo o churrasco. De postres, requesón con miel, crema catalana o fruta. El carajillo no lleva suplemento.
Francisqueta murió en febrero de 2018, a los 96 años, tras pasar el relevo de los fogones a la hija Isabel Sáenz, que ahora los regenta con el mismo espíritu. Al abrir el establecimiento tenía frente al portal el abrevadero de los caballos de los arrieros que hacían parada. Acto seguido fue un centro de atracción de los hambrientos reclutas de la base de instrucción de Sant Climent Sescebes y de los trabajadores de la comarca en general.
Hoy el público es heterogéneo, aunque igualmente numeroso. Basta con poner un poco el oído entre las mesas para oír el acento catalán rosellonés del otro lado de la frontera vecina o el francés de los clientes asombrados de poder comer a este precio y con este estilo de cocina mantenido. No abundan los gastro-influencers de las redes sociales más de moda, sustituidos por la red atávica del boca a oreja con visible eficacia, sin invertir en imagen, marketing ni relaciones institucionales.
Las últimas fondas del tipo de Ca la Francisqueta se ven tratadas de forma muy secundaria por la cotización oficial, pero la cotización oficial se equivoca a menudo por ignorancia, papanatismo o por interés. El gusanillo insano de la opulencia y la ostentación intenta carcomer la flor de la victoria de estas pequeñas fondas, empañarlas con un velo de desdén, trastocar la proeza de su supervivencia en anécdota marginal. El secreto del dominio del fuego también se descubre a los hostales gozosos que contemplan al bies el avance de las fuerzas del progreso y releen cada día la Ilíada en sus menús con una agudeza tan admirable como los restaurantes más caros del mundo.
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