El hecho de visitar ayer en el barrio barcelonés de Prosperitat el taller de Mar Arza, escultora de palabras sobre papel, me causó la sensación pecaminosa de entrar en una iglesia cismática, separada de mis creencias sobre el recto uso del alfabeto a la hora de enlazar frases. Mar Arza se ha especializado en transformar letras, tiras de papel escrito y recortes de páginas impresas en composiciones visuales que adoptan forma escultórica y plástica poética. Aunque lo haga dentro de una reconocida trayectoria artística, su trabajo me despertaba de entrada aquella sensación de herejía, de desviación, probablemente porque mantengo una antigua fe en las palabras que se entienden y me refracta el prestigio de las que juegan a no dejarse
entender. El esfuerzo que aplico al uso de mis frases, como en este mismo artículo, me adscribe a la descripción realista y llana de las cosas, lo que me aleja de la visión abstracta, alegórica, onírica. Pero aunque no practique la ficción narrativa ni la abstracción textual, valoro la pulsión de la aventura de la imaginación, puedo admirar la fulguración lírica de una imagen literaria o plástica, me puede conmover el trazo de una expresión fantasiosa y deslumbrarme el embrión de la epopeya en la grafía de una sola línea.
El oficio de escribir no me impide apreciar todo eso, pese a no haber estudiado Bellas Artes. Soy fruto de una escuela de oficio en la que el profesor podía rasgar varias veces el artículo que me había costado mucho escribir y obligarme a repetirlo “hasta que se entienda”. La brutalidad de aquella pedagogía no era exactamente cavernícola, tan solo un estilo que acaba por excavar un pliegue mental a la hora de modelar con palabras las historias, las ideas, los sentimientos.
Mar Arza modela historias, ideas y sentimientos con otro lenguaje de las mismas letras. Aquí empieza la apuesta del artista plástico, el trabajo para que las letras, les frases y les páginas describan un relato a través de la forma por sí misma, en otro sentido significativo que posiblemente va a parar al mismo lugar que el mío.
A la salida de la visita de ayer al taller de Mar Arza ya no tenía la turbia sensación de haber penetrado en una iglesia cismática. Al contrario, me sentí aliviado de algunos pliegues mentales excavados por las normas de la mía.
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