En la prehistoria ya esculpían o dibujaban figuras femeninas de adoración, como el fragmento cerámico de la Venus de Gavà (la prueba del carbono 14 la sitúa entre el año 4000 y el 3750 a.C.) o la de Willendorf (esculpida entre el 25.0000 y 30.000 años a.C.). Eran de una obesidad exagerada que solo enaltecía la fecundidad. Eso cambió el siglo VI antes de nuestra era con el apogeo de la civilización griega, de la que somos deudores en tantos aspectos. No solo inventaron la democracia y la filosofía tal como las entendemos hoy, también el concepto de belleza física como lo entendemos hoy. La cultura griega arcaica ya esculpía figuras masculinas (kouros) y femeninas (koré) de anatomía perfilada. Acto seguido comenzó a esculpir la musculatura de atletas y guerreros. El vuelco se produjo con el invento de la democracia en Atenas. La mujeres representaban la mitad de la población, pero no tenían derechos legales ni eran ciudadanas, aunque su papel despuntara en las obras literarias y artísticas. Medea, Clitemnestra, Helena, Penélope, Lisístrata, Electra, Ifigenia, Hécuba, Fedra o Antígona encarnan los valores
de aquella cultura con tanta o más precisión que muchos hombres. En aquel contexto apareció la obligada leyenda con que los griegos se explicaban las cosas. La bella hetaira o cortesana Friné se vio arrastrada a los tribunales atenienses por acusadores celosos. Su defensor ante el jurado la hizo desprenderse de los velos y mostrarse en todo el esplendor corporal. El jurado la absolvió.
de aquella cultura con tanta o más precisión que muchos hombres. En aquel contexto apareció la obligada leyenda con que los griegos se explicaban las cosas. La bella hetaira o cortesana Friné se vio arrastrada a los tribunales atenienses por acusadores celosos. Su defensor ante el jurado la hizo desprenderse de los velos y mostrarse en todo el esplendor corporal. El jurado la absolvió.
La leyenda consagraba de aquel modo el momento histórico del cambio de concepto. A partir de entonces Praxíteles, Fidias, Escopas y otros artistas del momento se hartaron de esculpir Afroditas desnudas, dentro de un canon de belleza física que ha perdurado hasta hoy en muchos aspectos. El museo del Louvre reconoce que la famosa Venus de Milo que exhibe debería llamarse Afrodita de Milo, puesto que se trata de una escultura griega y que Venus solo fue el posterior nombre romano de la misma diosa.
Ante las múltiples Afroditas desnudas o ligeramente drapeadas que se esculpieron desde aquel momento, la reacción del observador de hoy debe parecerse a la del jurado de Atenas ante el cuerpo de Friné, sin antiguos complejos. Otro capítulo distinto es que en las acuales sociedades plurales y
multiculturales el concepto de belleza física sea mucho más diverso,
opinable y de libre elección.
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