Ayer fuimos a tocar prehistoria con el catedrático de la especialidad Josep M. Fullola Pericot al recinto megalítico del Mas Baleta, a las afueras de La Jonquera, comenzado a excavar en 1920 por su abuelo y también profesor del ramo Lluís Pericot. En el Empordà y el Rosellón se han localizado quinientos monumentos megalíticos (dólmenes, menhires, piedras grabadas) de las poblaciones del período Neolítico que vivieron entre el año 5000 y el 2200 antes de nuestra era. Se trata de un patrimonio excepcional y a la vez mudo, aunque se hayan editado guías y marcado circuitos. El único crómlech ampurdanés (recinto de culto solar y túmulo funerario formado por un anillo de piedras erectas) es este del Mas Baleta, restaurado el
2006, hoy visitable dentro de su calma infinita junto a los campos de cultivo. El círculo consta de un centenar de losas de granito o pequeños menhires, con uno mayor en el centro
2006, hoy visitable dentro de su calma infinita junto a los campos de cultivo. El círculo consta de un centenar de losas de granito o pequeños menhires, con uno mayor en el centro
En el mismo momento histórico el Egipto faraónico levantó pirámides y el famoso crómlech de Stonehenge (sur de Inglaterra) es de dimensiones más grandiosas, pero eso no impide salvar las distancias y reconocer el valor del de aquí. Aquel período Neolítico de dólmenes, menhires y crómlechs significó una de las revoluciones más determinantes de la evolución humana.
Las poblaciones neolíticas no tienen ni siquiera nombre propio, a diferencia de los iberos que arraigaron en el mismo territorio mil años después, visitados u ocupados por los expansivos fenicios, griegos y romanos. Aquellas remotas poblaciones prehistóricas sin nombre protagonizaron la llamada revolución neolítica: el invento de la agricultura de cultivo, la ganadería domesticada, la cerámica y el sedentarismo. La revolución neolítica --mental, económica, técnica-- tuvo efectos aun más profundos que la moderna revolución industrial o la actual revolución digital. Eso es lo que evocan, de forma tan muda, los dólmenes, menhires y crómlechs que ayer fuimos a tocar.
Luego pasamos al vicio. Ungidos por la vibración de los siglos y convencidos sobre el terreno de que la evolución forma parte de la vida y la extinción también, fuimos a comer a la mejor mesa de la comarca para calmar nuestro estado de trance con la lujuria del gusto, las cándidas satisfacciones que endulzan el paso de los milenios. Incluyendo un poco de vicio, ¡qué diablos!
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