2 ene 2021

El bicentenario de Napoleón y su célebre estatua milanesa

Este año entrante se conmemora el bicentenario de la muerte de Napoleón Bonaparte, el único emperador en la historia de Francia. Con sus delirios de “grandeur” e invasiones de los países vecinos marcó la historia europea, por lo tanto la efemérides se traducirá en numerosos actos, de un signo u otro. En mi caso –ya me lo perdonarán— celebraré en particular poder revisitar la célebre obra del escultor Antonio Canova que representa a Napoleón como alegórica y hercúlea divinidad desnuda -- el aire de un dios, el cuerpo de un guerrero-- en el patio de entrada de la Academia de Brera milanesa, que al enamorado Stendhal le parecía más bello que el patio del Louvre. La colocación dada a la estatua en un punto de paso permite observar de cerca uno de los culos mejor modelados de la historia del arte, que dio título a mi libro El cul de Napoleó o la revelació de Milà (Edicions 62, año 2000).
El mordiente de la imagen carnal quería compensar la grisura atribuida a la ciudad de Milán, pese a concentrar una poderosa elegancia en múltiples aspectos. Me servía para alternar la fascinación ante aquella elegancia anatómica con la sucesión de historias milanesas del presente. Reconozco la debilidad de estar enamorado como Stendhal cuando me di cuenta de la eminencia de aquella estatua milanesa, aunque eso no me parezca una prueba de cargo.
El entusiasmo de mi estado sentimental, trasladado a Italia, agudizó algunas percepciones, no las inventó. En aquel cuerpo veía una deducción real, una idea práctica. No la del rechoncho emperador, sino la del escultor y la mía propia. Extraía una referencia aplicable a la vida concreta, al deseo de intimar con los ambientes de la ciudad y los que me esperaban a mi regreso a casa. El editor puso en la portada del libro una faja de promoción que proclamaba: "El descubrimiento apasionado de un gran escenario: Milán. Un nuevo síndrome de Stendhal". Aun no me he desprendido de aquella faja.




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