La decisión del presidente turco Erdogan de convertir de nuevo el eminente templo cristiano desconsagrado de Santa Sofía en mezquita, en la megalópolis estratégica de Estambul, no es más que una provocación burda. Su poder al frente de la primera potencia del Mediterráneo (80 millones de habitantes, fuerza militar dominante, situación crucial en el punto geográfico de paso entre Europa y Asia) se basa en la re-islamización que enfervorece a su pueblo, tras el laicismo impuesto por el golpe de Èstado modernizador de Kemal Ataturk en 1923. La religión vuelve a ser utilizada como siglos atrás para afirmar la identidad propia ante los demás, dentro de una manipulación primaria y eficaz de los sentimientos de pertenencia de la gente. Ahora solo faltaría que la trampa también le funcione en Occidente y nos rasguemos las vestiduras por la nueva “profanación” islámica de Santa Sofía, como ya sucedió en 1453 a raíz de la conquista otomana de la gran
capital del Imperio Romano oriental, a la que cambiaron el nombre griego de Constantinopla por Estambul.
capital del Imperio Romano oriental, a la que cambiaron el nombre griego de Constantinopla por Estambul.
Todo lo referente a la primera potencia del Mediterráneo exige un esfuerzo de comprensión más que arranques de fervor religioso porque simboliza la incomprensión histórica entre Occidente y Oriente, la barrera religiosa levantada entre sus distintos pueblos. La ciudad fue durante once siglos (del 330 al 1453) la gran capital del Imperio romano tras la caída de Roma. Los bizantinos eran griegos que se denominaban romanos. Transmitieron el derecho romano y la sabiduría griega, así como la religión cristiana ortodoxa hasta Rusia.
A partir del siglo VIII los obispos de Roma prefirieron romper la alianza con la iglesia romana de Bizancio, dentro de un enfrentamiento destinado a perdurar con el bastión oriental de la cristiandad frente al imperio persa y el califato de Bagdad. Los cristianos de Occidente consideraron a los de Oriente herejes, cismáticos, lo que justificó la matanza llevada a cabo por los cruzados 150 años más tarde.
El emperador Constantino mandó construir por arquitectos griegos la iglesia más amplia y más bella de la cristiandad, Santa Sofía, inaugurada el año 416. Considerada como una de les ciudades más suntuosas y cultas del mundo, heredera directa de Roma, la privilegiada situación estratégica la llevó a despuntar por encima de otras de la región como Alejandría, Pérgamo o Antioquía.
El año 2001 el papa de Roma Juan Pablo II aun pidió perdón a la iglesia ortodoxa griega por la actuación de la cuarta cruzada: “Es trágico que los agresores, que tenían como objetivo garantizar a los cristianos el libre acceso a Tierra Santa, atacasen los propios hermanos en la fe”.
A comienzos del siglo XIX, con la plena capitalidad del imperio otomano, en Constantinopla vivían casi tantos griegos cristianos ortodoxos como turcos islámicos. La ingratitud occidental hacia los cristianos orientales se ha mantenido hasta hoy, con el menosprecio o la ignorancia del papel histórico de Constantinopla. La identidad religiosa --más aun los prejuicios religiosos-- ha sido un gran movilizador de masas que en algunos lugares sigue funcionando a pleno rendimiento.
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