27 jul 2020

Una mirada escrutadora a las vacas libres de La Fogonella

Subí con un grupo de amigos a La Fogonella, un caserío de grandes dimensiones en el término de Ogassa (Ripollés). Les previne que, además de gozar de su amable de compañía, yo subía para saludar a las vacas libres de la finca. Hace tiempo que la mayoría no son como estas. No pacen en los prados, viven estabuladas, alimentadas bajo perfusión de pienso compuesto y solo se desplazan para el último viaje en camión al matadero. La agricultura y la ganadería son uno de los sectores productivos que se ha industrializado y robotizado más. En cambio cuando
miro los ojos húmedos de las vacas libres de La Fogonella me parece reencontrar el agua del río Jordán de mi memoria y nos entremiramos con una compasión infinita, perfectamente entendidos sobre el destino de cada uno de nosotros sin necesidad de discutir.
Estas sensaciones pueden alcanzar a ser descritas más o menos, sin embargo el mismo esfuerzo no sirve necesariamente para descifrarlas. Con frecuencia la aventura más fogosa es la paz con uno mismo, el placer voluptuoso de declararse satisfecho, lo que no significa indiferente ni inerte.
De vez en cuando, con una reiteración inexplicable, creo entrever el pálido reflejo de esta explicación en la fija mirada de las vacas libres supervivientes. Pese a la fatiga que presentamos ellas y yo, algunos días aun aparece en el fondo de nuestros ojos escrutadores un chispeo trémulo e insensato, el espejeo de un impulso de curiosidad que no ha encontrado el modo de extinguirse, como en la mirada de las vacas libres de La Fogonella.

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