11 jun 2019

Un reflejo de las causas perdidas en los ojos húmedos de las vacas

Hace tiempo que la mayoría de las vacas no pacen en los prado. Viven estabuladas, encerradas en establos y alimentadas bajo perfusión de pienso compuesto. Solo se desplazan para el último viaje en camión al matadero. La agricultura y la ganadería son uno de los sectores productivos que más se han robotizado, a pesar de las imágenes familiares que conservamos de las antiguas vacas domésticas del minifundio. Coincidí no hace mucho en el área de descanso de la autopista con uno de esos fúnebres camiones, cuyo destino ofrecía pocas dudas. Los animales sacaban el hocico a través de la reja de respiración practicada en la caja del
vehículo, olisqueaban la ilusión de la libertad o al menos de la supervivencia. Me acerqué un poco, hasta que me detuvo el helor de su mirada precadavérica, vitrificada, que mantenía el destello de la nobleza de las causas perdidas.
De vez en cuando me refugio a un alojamiento rural que recibe a los huéspedes en viejos establos rehabilitados. Además de acoger las ingenuidades consolatorias del turismo rural, los propietarios cultivan forraje para alimentar a sus terneros de engorde, en cuyos ojos húmedos me parece reencontrar el agua del río Jordán de mi memoria cuando los escruto durante largas pausas interrogantes. Los terneros me miran con una compasión infinita, perfectamente entendidos sobre el destino de cada uno sin necesidad de discutir.
Las emociones pueden llegar a ser descritas más o menos, sin embargo el mismo esfuerzo no sirve necesariamente para descifrarlas. Con frecuencia la aventura más fogosa es la paz con uno mismo, el placer voluptuoso de declararse estático y satisfecho, lo que no significa indiferente ni inerte.
Con una reiteración inexplicable me parece entrever el pálido reflejo de esta explicación en la fija mirada de las vacas supervivientes, cuando topo con ellas. A pesar de la fatiga que presentamos tanto ellas como yo, algunos días aun aparece en el fondo de nuestros ojos escrutadores una chispa trémula e insensata, un impulso de curiosidad que no ha encontrado forma de extinguirse.

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