Todos pensamos que el país más próspero es Alemania, pero las últimas estadísticas de la Unión Europea recuerdan que el primero en renta per cápita es Luxemburgo, quien duplica en ese baremo al segundo clasificado (Holanda), seguido por Irlanda y tan solo en cuarta posición por Alemania, debido a la proporción entre riqueza disponible y volumen de población. Algunos todavía piensan que Luxemburgo es un país de opereta, victoriano, encapotado y aburridísimo, comparable con Andorra, Lichtenstein o la república de San Marino. Otros, mejor informados, lo ven como la quinta esencia del cosmopolitismo y del arte de prosperar a la
sombra astuta de las potencias vecinas. Lo que nadie discute es el mérito de haber convertido una minúsculo claro de bosque centro-europeo en país con la riqueza más elevada y mejor repartida relativamente de todos. Doce veces más pequeño que Cataluña, es un territorio con estado. Un estado aparentemente ingrávido, pero eficaz, muy eficaz.
Víctor Hugo corrió a refugiarse aquí tres veces seguidas, huyendo de las alarmas monárquicas o republicanas francesas, y acabó de consagrar en la literatura una admiración extrañada que perdura. No solo Luxemburgo capital, también en lo referente a los municipios periféricos de Echternach, Clervaux, Dieckirch, Larochette, Vianden, así como a la mitad norte ocupada por el gran bosque de las Árdenas, compartido con Bélgica.
Sus exiguas fronteras se encuentran a 50 km de la ciudad francesa de Metz, 70 km de la alemana Saarbrücken, 160 km de Colonia y 190 km de Bruselas. De los 450.000 habitantes, solo 90.000 viven en la capital, en el marco de un tejido territorial equilibrado, ordenado, bien comunicado, inserto en la frondosa exuberancia del entorno natural. El 40 % de los habitantes son extranjeros, la proporción más alta del continente. Escolarizados en lengua nacional luxemburguesa, los colegiales aprenden alemán desde el primer curso de primaria y el francés a partir del segundo. Terminan el bachillerato hablando de forma corriente los tres idiomas y con frecuencia también el inglés o el neerlandés, además de la lengua materna en el caso de los inmigrantes, sobre todo portugueses y españoles. El país recibe cada día a 120.000 trabajadores "pendulares" procedentes de las vecinas fronteras de Alemania, Francia y Bélgica, a los que deben añadirse los 12.000 empleados (con sus familias) de las instituciones de la Unión Europea. Más que un problema, lo ven como una fuerza.
Lo único pomposo del país es su nombre oficial, Gran Ducado de Luxemburgo. El lema institucional proclama: "Mir wëllen blaiven wat mir sin" (Queremos seguir siendo lo que somos) y para lograrlo han tenido que dar repetidas pruebas de capacidad de regeneración, cambio estratégico, dinamismo, modernidad. La economía agraria del fértil país boscoso pasó a especializarse el siglo XX, para sorpresa de muchos, en la industria pesada de la siderurgia. La compañía luxemburguesa Arbed era una multinacional del sector y Luxemburgo fue socio fundador en 1952 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), precedente del Mercado Común y de la actual Unión Europea. Los grandes duques son la monarquía hereditaria más discreta de Europa. El actual titular está casado con la gran duquesa María Teresa Mestre, de origen cubano, nacida en La Habana, sin que ello haya dado pie a ninguna subida de temperatura de la prensa del corazón. Una de las especialidades luxemburguesas es el silencio. Lo consideran un patrimonio medioambiental, una riqueza.
El protagonismo de la siderurgia durante tres generaciones se vio relevado de alguna manera a partir de 1974 por la potencia ocupacional del sector bancario y asegurador. Hablar de paraíso fiscal, secreto bancario o blanqueo de capitales seria considerado hoy casi un insulto, pero corresponde a la realidad del proverbial sustrato económico. En paralelo, encabezaron el nuevo sector audiovisual con los primeros satélites de telecomunicaciones.
Hasta el 2003 no hubo universidad universidad y los licenciados superiores estudiaban en los países vecinos. Una vez creada, el puesto de rector fue cubierto mediante concurso internacional de méritos, ganado por el catedrático de Física de la Universidad de Barcelona Rolf Tarrach.
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